lunes, 1 de diciembre de 2008

E' la lengua gato/Esh, tipo, la lengua, ¿entendés?

Hay algo que siempre me resonó en la cabeza. La forma de hablar de los Otros. Aunque nunca me fijé en la forma del Nosotros, tal vez porque no me encuentre ni de un lado ni del otro. Sino en un área neutral en la que puedo comunicarme con los todos los conjuntos de los Otros sin entrar en conflicto con ninguno. Justo lo que Ellos no pueden.

Yendo al grano, no es lo mismo un “Ay no sabés, tipo, el otro día estaba chendo a…”, que un “Vo’ sabe que’lotro día taba con lo pibe shendo para…”. La traducción al castellano neutral para ambos casos sería: “Sabés que el otro día estaba yendo a…”

Esta diferencia no sólo en la pronunciación, sino en las palabras, como en la construcción sintáctica de las frases nos remite directamente al origen del sujeto. Pero no de donde proviene.
No es cuestión de dialectos, tecnolectos, cronolectos o argots. No hablamos de eso, sino de algo mucho más profundo que muchas veces tenemos miedo de reconocer, o mejor dicho, los Otros tienen miedo de explicar. Les da vergüenza ponerse frente a la realidad del otro Otro.

Hablamos de sociolectos y, en una segunda instancia, de idiolectos. Suena muy lindo así especificado en este tecnolecto lingüístico, pero mejor sería explicarlo al total del público y esbozar las primeras conclusiones.

Tomando como campo de estudio sólo la Capital y el Gran Buenos Aires, para no caer en otras cuestiones de sufijo lecto, podemos decir que tenemos un abanico de posibilidades de encontrar distintas maneras de expresarse, como distintas cosas que expresar.

Frente a un gran barrio cerrado, los pibes que no viven en la Cava pero sí pegaditos a ella, casi como si vivieran en la villa, discuten un viernes a la noche para ver a por dónde iban a salir.


-Bue, vamo’ para San Martín.
-No, mejor arrancamo’ para Olivo’.
-Ta loco vo’ ahí ta lleno de gatos.
-Y en San Martín también.
-Sí pero en Olivo son todo’ careta.


Que quede claro que las omisiones de ciertas letras, como el desorden gramatical de ciertas palabras no fue hecho de manera despectiva, sino que como reflejo de la realidad de estos Otros.

Así también, tenemos otro panorama a unos metros de estos chicos dentro del Barrio cerrado. Los chicos del Newman hablaban de las posibilidades que manejaban esta noche para pasarla bien.


-Shí bolodo, vamosh la fiesta de Mike.
-No, cho (yo) a lo de Mike, no voy ni a palosh.
-¡Uh pero boludo! ¿Tipo que tenésh con Mike?
-Nada no she, eshta medio grasa últimamente, no me gusta para nada la onda del chabón, ¿entendés?


Situaciones como estas se dan a diario. Conversaciones que giran en torno a la apariencia, la distinción, el lugar y sobretodo la identidad. Cada grupo parece buscar cierto rasgo propio tomando como eje sus intereses de clase. Tal vez éste no sea un factor explícito, sino más bien aparezca en las profundidades del subconsciente.

Para Ferdinand de Saussure, el idiolecto no es más que la puesta en práctica de los ejes más elementales del uso de la lengua. Las personas usan el lenguaje para comunicarse, y a través de él, lograr alcanzar sus propios intereses exponiéndolos.

¿Pero qué es lo que realmente estos distintos sectores sociales buscan a través del empleo distinto del lenguaje?

Como detonante de respuesta, podemos tomar lo que mencionamos antes: el hecho de demostrar que forman parte a un grupo. Estos grupos se manejan con distintos códigos. Quienes manejan estos códigos comparten los mismos intereses que sus pares, ya sean sociales, políticos, culturales, económicos, entre otros.

Pero no podemos reducir la explicación del fenómeno sólo a esto. Ya que también hay un factor externo que influye en la forma de concebir el uso del lenguaje.

La formación de identidad, también tiene que ver con hacer notar al resto el sentido de pertenencia a este grupo, como también la aportación de distintas características que el interlocutor en este caso quiere demostrar. Es una suerte de orgullo de pertenecer a un sector determinado del orden social. Ya en este nivel, entramos al terreno de las apariencias.

La necesidad de las clases medias altas, o que aspiran a ser “algo más” que la simple clase media –puntualmente éste sector-, de demostrar un buen pasar económico, un sentido de pertenencia a un lugar exclusivo de la sociedad que alcanza ciertos beneficios que otros y no, es un factor determinante a la hora de comunicarse. El hecho no está presente sólo en la pronunciación. Es central la elección de las palabras a utilizar, como también el sentido del mensaje.


-No, mira, no esh por el preshio, el tema esh que no quiero que shea de baja calidad. Esh un regalo muy importante y necesito quedar bien. ¿Ah y te puedo pagar con tarjeta? Porque dejé la plata en el auto.


“Qué detallista el que escribe estas líneas, se fija hasta en los casos más comunes”, dirá el lector. Pero si no es aquí, entonces ¿qué mejor oportunidad para analizar el discurso de este sector?
A priori, la frase a analizar denota poder económico. Se habla de dinero en dos oportunidades: que no es importante el costo a pagar y que el cliente además posee el beneficio de la tarjeta de crédito, como también de un auto –bien supremo intocable para la clase media.

En otro nivel, la frase connota la pertenencia a un sector exclusivo –en todo sentido- como del que hablamos antes: el manejo de una fonética particular y el empleo de ciertas palabras que nos hacen dar cuenta del origen social de esta persona y el entorno en el que se rodea.

Ahora, ¿cuál es la necesidad de andar por la vida buscando reivindicar ciertos intereses de clase que a muchos nos importan poco y nada?

No hay que ser ingenuos. La imagen lo es todo en este orden socio económico y el hecho de pertenecer, de ser uno de los engranajes de este sistema, por más desgastado y explotado que esté este engranaje, constituyen una serie de factores indispensables para la expresión colectiva y la demarcación de cierto corral excluyente.

¿Entonces qué hay de los que no hablan así, sino que lo hacen de manera totalmente opuesta?
En los sectores más bajos de la sociedad, como el sector obrero más desposeído de oportunidades, se da un factor inverso al anterior pero muy parecido a la vez. Existe también la necesidad de pertenecer a un sector: a ese sector que busca legitimar su condición de clase mediante el repudio a quienes lo tienen todo y dejan sin nada al resto.

Ese sentido de pertenencia al sistema que muestra el sector que se siente parte de él, genera una conducta reaccionaria para los que no lo integran. Hay una parodia muy singular en el fenómeno de la pertenencia, ya que por un lado, quienes no se sienten parte, buscan mostrar su integración empapándose el cuerpo de marcas en sus buzos, pantalones o gorras. Pero por otro lado, muchas veces estas marcas no son “originales”, o bien, si lo son, implicitan una simpática tomada de pelo al modelo.

Esta situación se da en la reproducción del modelo económico social, haciendo funcionar como un relojito la cadena de producción capitalista. Aunque al mismo tiempo la crítica se hace presente en el reproche al que tiene plata y se viste bien o anda en buenos autos.

Ambas clases, buscan apropiarse del campo material con todo lo que puedan llegar a adquirir e incluso muchas veces son consumidores de los mismos tipos de productos. Aunque la diferencia está en la forma en que los usan.

Aquí podríamos entrar a descifrar cómo usan los gorros los cuidacoches de Hurlingham y cómo lo hacen los jugadores de Polo de La Dolfina. Pero basta con centrarse en el terreno lingüístico para tener un significado apropiado.

El jugador de la Dolfina, se pone el gorro recto porque es un “careta” y el de Hurlingham porque es un “negrito”.

Seguro que el de la Dolfina se imagina que es un “careta” porque el otro le tiene rencor y viceversa. No son los mismos rencores y no sabemos a cuento de qué pelea vienen –como todo rencor. Pero seguramente son lineamientos históricos los que pronuncian estas diferencias.
El “cabecita negra” que apareció una tarde en Plaza de Mayo el 17 de Octubre de aquél tan lejano 1945, tal vez no sabía leer, pero tenía bien en claro que los que lo observaban desde los edificios, esa gente vestida tan elegante, no compartía la misma forma de percibir las cosas que él.
Con esto quiero decir, que todos somos concientes de las diferencias que atraviesan a cada sector social, que se delinean más profundamente en lo económico. Hay un conflicto en cada sector con el Otro que se explicita en la forma de hablar.

Cuando un “cheto” dice “porque CHO creo” (porque yo creo), está diciendo que además de creer algo, lo hace por una razón determinada y con una intención de demostrar y reivindicar en cada sílaba qué es lo que él piensa y en función a qué. Muchas veces es irritante escuchar esta especie de suavización o endulzación de la “Y” o la “LL” en cada frase. Cuanto más espesa suena, más intención de marcar el terreno social hay. Para la persona que hace uso de esta fonética, el que pronuncia estas letras de normalmente está en un grado inferior de integración o en todo caso, no pertenece. Y eso es trascendental.

Del otro lado de la calle, los usos del lenguaje son distintos pero con intenciones muy parecidas. El “cumbiero” siempre hace todo lo posible para diferenciarse del “cheto” y si tiene que pronunciar la “Y” con más resonancia que cualquiera, lo va a hacer con tal de demostrar que no es ni pertenece a ese grupo de personas que “no entienden nada”. Utilizar otros tipos de códigos como la palabra “gato”, también muestra la intención de querer formar parte de una clase que en teoría se revela del modelo de vida impuesto, aunque no del modo de producirlo.

Deteniéndonos en el término “gato”, el origen de la acepción que estos grupos sociales reproducen, proviene de las cárceles. Originalmente, se utilizaba esta palabra para referirse a la subyugación de cierto sujeto frente a otro a costas de poder sobrevivir entre los pabellones. Esta relación de dominante y dominador se daba a través de la fuerza. Por lo general, el que no se la bancaba en términos de valentía debía concederle ciertos favores a su “superior”. Estos favores podían ir desde la limpieza hasta lo sexual.

En la práctica, el uso sería el siguiente: “Pedro es el gato de Coco”
Lo que significa: Pedro obedece a Coco.

La estructura básica que articulaba con la palabra era “el gato de”. Aunque luego con el paso de los años, este término salió de las cárceles y tomó ciertas variantes. En la mayoría de los casos, su uso se redujo a decir sólo “gato”, en la forma de insulto “sos un gato”. Pero esto ya no implicita el mismo sentido que el de las cárceles, ya que en realidad se trata de un insulto como comparación a la figura del insultado con respecto a un verdadero “gato”.

Por otro lado, lo que acarrea este término es una intención de identificación con las cárceles, con el grupo de personas que está privada de la libertad por haber cometido –tal vez- algún ilícito a causa de la desigualdad que genera el sistema. Para el “cumbiero” de barrio, el preso es sinónimo de rebeldía. Tratar de acercarse a ellos en alguna medida implica posicionarse de una forma particular frente al orden institucional.

Igualmente, puede que esto se haya diluido entre las distintas corrientes de la sociedad, ya que existen casos de personas que emplean estos términos sin siquiera saber su origen, sólo por una cuestión de construir una imagen en la sociedad de lo que todo se rige por perfiles (fotologs, facebooks, perfil de msn, etc.).

Hoy se nos presenta el caso de muchas personas de la más media de las clases medias que adoptan ciertas formas de hablar, tal vez en sentido contrario a sus características de vida. Hay quienes a pesar de vivir con todas las necesidades cubiertas, tener fobia a las cárceles o a las mismas pandillas referentes de las culturas más callejeras, prefieren andar vestidos como cumbieros, usar términos carceleros y hasta profesar muchas consignas que jamás llevarían a la práctica. Y también se da el caso de quienes por sólo vivir en una casita y disponer de un sueldo que les permita mandar a sus hijos al más barato de los colegios privados, se apropian de la forma de hablar de cierto sector privilegiado de la sociedad, aunque a fin de mes estén con la calculadora revisando todas las cuentas porque otra vez no les convence el resumen de la tarjeta.

Hablar de sociolectos o idiolectos, nos puede dejar a mitad de camino. Lo que en verdad hace a las personas expresarse de determinada forma, no es sólo experiencia de clase, sino que también sus aspiraciones a lo que les gustaría ser en imitación a lo que ven. En esta sociedad, los lugares están delimitados por distintas líneas, cada una de ellas propone distintas prácticas y formas de vida. Conseguir una ubicación en el lugar que más nos gusta, no tiene que ser motivo para forzar nuestra condición de ser. ¿Se entendió, gato?

Por Mariano Gaik Aldrovandi

Lo que la tierra trajo

La Costanera es tan pero tan Argentina, que con sólo visitarla podemos ver su inoportuna forma de ser, conocer sus paisajes, sus problemas, sus épocas de esplendor, sus fracasos o proyectos que nunca fueron y todas sus contradicciones.

El olor a chori invade mis fosas nasales para luego adueñarse sin resistencia de mi sentido del olfato. Sin dudas el lugar es éste. Hace tanto frío y el viento sopla tan fuerte que juntos se vuelven un arma de doble filo. El cielo gris combina perfectamente con el clima. La atmósfera en general, termina siendo la adecuada para una experiencia suburbana dentro del mismo corazón de nuestra gran ciudad.

Bajando por la calle Viamonte, atrás de la enorme burbuja de concreto y vidrio que encierra una realidad capital muy distinta a la Argentina, a continuación del puerto que nos une con nuestros hermanos no tan hermanos uruguayos y, paradójicamente, antes de una de las zonas más –si no es la más- contaminadas de la Argentina, se esconde la Reserva ecológica Costanera Sur. Más conocida sólo como Costanera Sur, pero eso ya es parte del pasado.

La primera imagen, el primer rasgo que me hace sentir en el lugar es un colorido puesto que confirma lo ya preanunciado por el hipnótico aroma. “Vacío - Bondiola – Chori”. Se puede leer con varios metros de anticipación. Los puestos parrilleros monopolizan la oferta gastronómica de la zona pero nadie parece demandar algo distinto. Son como parte del lugar, pero por otro lado se me ocurre pensar qué sería del lugar sin ellos. ¿Alguien se imagina la Costanera sin puestos de chori?

Hay clientes de todos los targets: El tachero que hace una parada obligada y, entre viaje y viaje, mata el hambre con una bondiola; el obrero que en su hora de almuerzo va por un chori bien condimentado –chimi churri a morir- y cobra energías para seguir; el turista que se anima a probar una porción de comida étnica (cualquiera de las cosas que arden en la parrilla); y hasta el tipo que sale a correr y al no resistir la tentación, come un paty porque cree que es más sano que el resto de las cosas y no se va a sentir tan culpable por haber salido a entrenar y terminar ahí.

Caminando por la que en algún tiempo supo ser una rambla y hoy una enorme vereda multiuso, ya contabilizo tres puestos parrilleros. Uno de ellos con la inscripción “Fueron y serán argentinas” acompañada por una imagen de las Islas Malvinas y caricaturas de Patoruzú entre otros clásicos personajes argentinos. Quiero seguir pensando al respecto, pero me veo interrumpido por el bullicio de una multitud de aves que aterrizan unos metros delante de mí. Son decenas y de todos los colores. Pero mi ignorancia propia de la vida en la metrópolis, hace que sólo distinga a los Loros. Especie de un verde tan particular que hace que lleve su nombre.

Entonces, ante la gran variedad puedo distinguir de forma limitada entre “Loros” y el resto de los “pájaros”. Hay “pájaros” negros, negros y rojos, azules, azules y verdes, marrones, marrones claro y oscuro y toda una gama de colores y combinaciones que no estamos acostumbrados a ver y que resulta chocante que esté en ese momento y en ese lugar. Justo en frente de una torre de capitales yanquis, que no bastan los parámetros visuales para verla entera. Ahí me acuerdo que estoy en el límite de la urbe con la Reserva Ecológica.

Lamentablemente, el recuerdo dura poco y el extraño pero agradable sonido de los pájaros también, ya que sobre la Reserva vuela un Boeing siete-tres-siete de Aerolíneas que desciende hacia Aeroparque. El tema de la “Reserva” ya me empieza a parecer raro.

A mitad de camino y siempre por la gran avenida de peatones -o ex rambla-, me acompaña a mi izquierda una obsoleta baranda de concreto que hoy sólo delimita el territorio entre la vereda y la tierra. Años atrás protegía a la gente del río, más abajo un gran muro hacía de rompeolas y evitaba que las crecidas cubran la Ciudad de agua.

Pero eso era antes. Hoy, lo que se ve desde allí son pastos amarillos, tierra reseca, yuyos, basura, más basura y, a lo lejos, pastizales y un poco más de basura. La Reserva, bah. “El río no se ve”, pienso mientras pienso también en la Costanera y la misteriosa historia que hay detrás.

Por si uno no recuerda bien, o no está al tanto de por qué donde debería haber agua hoy hay un mar de tierra seca y cardúmenes de botellas, vale hacer una breve reseña histórica.

A principios de siglo, unos cien años atrás o para dar una mejor noción, unas cien millones de toneladas de cemento menos, la Ciudad tenía otra fachada, eran otras las costumbres y otra la realidad socio económica. Tal es así, que aunque hoy parezca imposible, la gente se bañaba en las aguas de la Costanera Sur como lo hace en las de Mar del Plata. Tanto esplendor tenía el lugar que en mil nueve dieciocho se inauguró oficialmente como Balneario Municipal. Hasta mil nueve cincuenta, el paseo fue furor en la vida porteña, abundaban los bares, monumentos, piezas arquitectónicas, muestras y hasta se realizaban espectáculos culturales en el lugar –muy distintos a la Creamfields o a un recital masivo de Shakira y sus amigos-.

Pero con el correr de los años, la transformación de la Ciudad y la industrialización de la zona, las aguas se fueron volviendo turbias. Se prohibieron los baños, los bares se empezaron a demoler para construir edificios y el atractivo del lugar se fue desagotando. Las escaleras para bajar a la playa quedaban vetustas, a menos que se las usase como puerto de pequeñas embarcaciones, y el abandono del lugar estaba a la espera de una mente no tan brillante que le terminara de dar el golpe definitivo. Como era de esperar en nuestro país, ese cerebro no tardó en llegar y fue otra vez de la mano de los militares, que no tuvieron una idea más brillante –porque no era necesaria- que intentar ganarle tierras al río.

Sin muchas vueltas ni debates porque en esas épocas no eran necesarios, la notable obra se puso en marcha en el setenta y ocho. Se dice que era para un gran proyecto inmobiliario, o que iban a mudar la administración de la Ciudad de Buenos Aires a ese lugar rodeada de espacios verdes. Como se puede ver, al final nada de eso se hizo y lo único que quedó en el lugar fue ese montón de tierra y escombros alfombrados por un verde cada vez más amarillo.

Una vez mi viejo me dijo que vaya a saber uno lo que hay ahí abajo. Y esa frase recorre mi mente, resuena a cada paso y la leo en cada vistazo. Cuestión que nunca vamos a saber bien por qué hay tierra donde debería haber agua y si acaso algo se esconde allí, ya que entre el ochenta y cuatro y el ochenta y seis, cuando la democracia todavía estaba en pañales, el lugar se declaró Reserva Ecológica y chau. El argumento está en que con el correr de los años, llegaron desde el litoral muchas algas, semillas, sedimentos y demás organismos que formaron una nueva comunidad biológica. Ésta dio lugar a que miles de animales –aves sobre todo-, espantados por el caos de la ciudad, lo usen como refugio y ahora había que protegerlos.

Desde un punto de vista ecológico-ambiental la idea está buena. Pero desde una perspectiva histórica, teniendo en cuenta factores socio-políticos, resulta raro, muy raro. Tan raro como ver en el límite oriental de la reserva esas chimeneas echar humo blanco, marrón, gris y negro; o escuchar –para no decir no poder escuchar nada- a cada rato el estruendo de los aviones que llegan y salen de Aeroparque; o ver, justo en frente del terreno protegido, inmensas torres que contrastan al ambiente natural y que seguramente un día despejado proyectan sombra durante la tarde; o la cantidad de basura, mucha basura, que permiten que la gente tire y que la gente tira por más que sepa que eso es una Reserva y no se puede, pero que total alguien va a venir a limpiar pero Alguien no vino nunca y Nadie está en el lugar.

Por un segundo, la Reserva Ecológica Costanera Sur me resulta perversa.

Llegando al otro extremo de la “rambla” –tomando como límite la calle Brasil-, si usamos las históricas escaleras podemos descender unos metros y quedar justo a nivel del mar. Mejor dicho, a nivel pastizal. Aquí ya no hay barandas, si quiero puedo tomar las escaleras transversales -que no se ven mucho porque están inundadas de tierra- bajar hacia la orilla y caminar por los yuyos. Pero me encuentro con un cartel imperante, oxidado y mal predispuesto.

“G.C.B.A.
PELIGRO
PROHIBIDO
BAÑARSE”

Lo que antes era una advertencia, hoy es un chiste de mal gusto. Ironía del destino que, después de causar una sonrisa con sabor a resignación, termina en cierta melancolía.

Lo único que se ve en el lugar es tierra agrietada y reseca, pastos amarillos que ya van por su segunda muerte, cardúmenes de latitas de energizantes y botellas de bebidas varias habitan el lugar que se destaca por el olor a meo que se superpone al de las parrillas –vaya logro-. Parece que las noches de Buenos Aires mueren acá. Todo parece morir acá.

Unos pasos más adelante y escalones más arriba, de nuevo con la baranda a mi izquierda, dos jóvenes de veintipico, ambos con equipo de pesca en mano, se dirigen rápidamente hacia la baranda. Cuando llegan, quedan ahogados por la decepción.


-La última vez que vine acá había agua. – Le dijo el de barbita al de mochila de La Renga.


Me pregunto hace cuánto tiempo habrá venido y los miro y pienso que seguro se deben estar preguntando lo mismo. Resignados, y después de dar un par de vueltas cargando con los equipos de pesca, se van a comer algo a la parrillita. Yo no consigo respuesta a la pregunta, pero vale decir que más allá de que en ese lugar tendría que haber río y hoy hay tierra, con la configuración actual, también debería haber una laguna. De ella no queda ni barro.


A la derecha del acceso Brasil, justo antes de la entrada a la Reserva se puede leer: “Fundación ‘Los carasucias’. No valen los dichos sino los hechos, no puedo creer que me hayan cedido este lugar para ayudarme a compartir esta alegría con ustedes. Mónica Carranza.” La inscripción está sobre el techo de una edificación de todos los colores rodeada por un parque lleno de juegos. Esta construcción no es más que la parte de abajo de lo que en algún momento fue el “Espigón Plus Ultra”. El nombre del espigón, que hoy ya no es tal porque no tiene agua para serlo, viene de aquel hidroavión que por enero de mil nueve veintiséis unió al Puerto de Palos español con Buenos Aires.

Más adelante nos encontramos con la entrada a la Reserva, anunciada por un cartel que nos da la bienvenida seguido por otro que dice que la entrada es libre y gratuita. Menos mal. Allí mismo también está el puesto de atención al visitante, todo hecho de madera, pero en el que parece no haber nadie. De hecho no hay nadie.

Mientras camino, atrás mío me sigue una persona que también va sola y cruzo de frente a un turista africano –lo supongo por su tez y vestimenta- y a un par de personas, todas solas sin cosas, ni bolsos, ni otros accesorios. Me cruzo también con dos tipos trajeados que parecen salidos de una reunión pero no llevan más que sus trajes y sus conversaciones formales pero distendidas por la atmósfera.

Por el camino de los Plumerillos, entre los árboles, inmediatamente a mi derecha puedo ver una grúa y un par de máquinas que trabajan sobre un terreno desvastado. Según el mapa eso se llamaba Covimet y parece que tiene una historia de abogados y legislaciones detrás que aburre sólo de imaginársela. Por lo pronto, un alambrado roto y un cartel indican que allí no se puede pasar por lo que sigo con el obligado camino.

El sendero es de tierra, hay huellas de neumáticos aunque no está permitida la circulación en ese lugar. Pero no hay que pensar mal, tal vez, si es que lo hay, sea del personal que se encarga de preservar la Reserva.

A medida que se avanza, la vegetación va variando y cambia mucho con lo que se podía ver desde un principio por la vieja rambla. Aquí los pastizales amarillos ya son minoría y estoy rodeado por árboles que nunca antes había visto –o por lo menos notado- como el “Malvadisco”. Justo por la mitad del camino –la mitad es el punto exacto desde que hace un montón empecé a caminar y todavía falta otro montón para que termine-, una media vuelta logra advertirme que el Gigante de concreto, que hoy se imponía soberbiamente ante mi, ahora cabe casi todo dentro de mi parámetro visual y ya no sorprende su enormidad. Por un instante, trato de discriminar el sonido del viento, las hojas, los Loros y los “pájaros” y puedo distinguir el murmullo de fondo, el zumbido grave y constante de la urbe. Pero si quiero no lo escucho más y dejo que el sonido de la naturaleza -no tan natural- llene mi capacidad auditiva y visual. Dentro del refugio ecológico, la Ciudad ya no merece respeto.

Ya hace como quince minutos que crucé la puerta de entrada, todavía sigo viendo arbustos y el camino sin fin de ripio amarillo que en cada brisa levanta ese polvillo que se mete en los ojos y hace llorar. Verdaderamente, ya no sé para qué dirección estoy caminando, si para el lado del río, o lo estoy esquivando. Lo cierto es que todavía no lo veo y ya me estoy inquietando. Costanera viene de costa y una costa se llama así porque es el límite de la tierra con el agua. ¿Y entonces qué? Parece que los milicos tiraron mucha tierra. Mucha.

De repente veo unos reflectores, me imagino que seguramente ahí debe haber algo interesante. Pero nada. Lo único que veo son cuatro obreros de casquito celeste tomándose un descanso y tal vez comiendo unos sánguches de milanesa. Mientras camino sigue pasando gente, siempre de a uno. Tipos y tipas que salieron a correr, otros mirando la nada, algunos que pasean y yo.


-Hola, ¿hablás español?- Pregunté casi sin saber por qué.
-Sí.- Contestó la mujer, que tenía más cara de sueca que de cualquier compatriota, dejándome en orsai con el tonito que usó.
-¿Te puedo hacer unas preguntas?
-Sí, ¿pero para dónde?
-No, para ningún lado, es para algo que estoy escribiendo.
-Ah está bien.
-¿Qué andás haciendo por acá?
-Vengo a pensar, a caminar…
-¿Y venís seguido?
-Unas dos veces al año. Pasa que yo soy del conurbano.
-Ah, yo también. ¿De qué parte, del Norte o del Sur?
-No. Digamos que del Oeste.
-Ah ¿y por qué elegís venir hasta acá?
-No, pasa que ahora vinimos por las vacaciones y bueno.
-Ah, no viniste sola, son varios.
-Sí, pero están por allá. Yo ahora me vine un ratito a caminar sola para poder pensar porque estuvimos teniendo unas peleitas.
-Está bien, está bueno acá para pensar. Encima con el día nublado.
-Sí, sí, el día ayuda mucho, el agua, el silencio.
-Allá no se puede.- Sugerí con el dedo al Gigante que desde ahí ya se veía minúsculo.
-No, allá no, allá la gente te lleva, te empuja, no te deja pensar.


Quiero llegar al río y no puedo. Ahora los edificios me entran todos en un ojo. La ciudad entera me entra en un solo ojo y encima el cielo gris cubre un sesenta por ciento –más, menos- del espectro.


A mi izquierda los árboles desaparecen y de nuevo empiezo a ver un hueco enorme de nada. De pastizales amarillos y resecos, de tierra agrietada y reserva de nada. Un cartel titula el ¿paisaje? e intenta darle relevancia a la situación:


“Mar de pastos”.


Jaja. Encima aprovechan la metáfora para jugar con la ironía. Seguido a él, hay otro cartel en peor estado resguardado por una lámina de plástico tan sucia, que no me deja leer una frase que sí puedo ver que fue escrita por Paul Groussac, un escritor franco argentino, en mil ocho ochenta y siete.

Mientras el que ahora irrumpe la paz y la armonía del lugar es un helicóptero de la Prefectura que vuela bajito y en círculos, a mi lado me encuentro final y felizmente con el charco de agua marrón que tanto anhelaba ver. Ahí está. Me asomo entre los árboles y lo veo tan tranquilo y manso, soportando el peso de tantos barquitos cargueros que van de acá para allá por el horizonte.

Con este incentivo, en cien pasos más llego al final del camino de Los Plumerillos para cruzarme con el de los Alisos, que es el que bordea el río. Viene a ser una nueva especie de rambla pero natural y artificial a la vez. Acá es la Costanera Sur propiamente dicha. Lo de Costanera porque al fin linda con el río y lo de Sur por esa manía que tenemos de dividir todo en dos, de acuerdo a su ubicación geográfica.

Bajo un segundo a la playa de pasto en algunos lados, tierra a veces, mesitas y bancos cada tanto, escombros, botellas, palos y objetos extraños por todo el resto. Las olas apenas rompen. Son más bien olitas. En el horizonte, barcos de todos los tipos y formas. Algunos echan humo, otros esperan el ingreso al puerto.

Es agradable escuchar el sonido del agua. Digo escuchar porque si me pongo a escuchar todo lo que oigo y veo, también entrarían en escena un montón de cosas que por unos minutos hago de cuenta que no están. Como la basura y el murmullo del gran Gigante que de acá abajo ya no lo veo. Por suerte.

Sigo pateando el ripio por el camino de los Alisos y, a pesar de todo lo caminado –que ya van como tres o cuatro quilómetros-, me siento descansado. La vista descansa, los oídos, el olfato y el resto de los sentidos también. La mente, por un momento, deja de ser bombardeada. Voy rodeado de árboles, agua, tierra y el cielo tan espectacularmente gris. En todo el lugar no hay ni un solo cartel de Coca ni de Movistar.

Entrando nuevamente hacia la parte densa de la reserva, donde abundan los montículos de árboles o su inmediato contraste de huecos color sequía, hay numerosos carteles que advierten que está prohibido descender de los terraplenes, abandonar el camino o que simplemente está “prohibido bajar”. Me pregunto -más allá de lo ecológico- por qué tanta inquietud en hacerle entender a la gente que no baje, que no hay nada para ver allí y de nuevo viene a mi mente el vaya a saber uno qué hay ahí abajo y el camino se vuelve una tortura. Me siento observado, pienso esto y escucho un ruido y no pienso más.

Finalmente, llego a la entrada -que para mí es salida- de la calle Viamonte. Fin del recorrido. Justo ahí padre e hijo vestidos de deportistas se acercan al mapa de la puerta.


-Dos mil setecientos más dos mil trescientos, ¿cuánto es?- pregunta el padre como excusa para pensar la respuesta mientras lo dice. – Seis mil. Puede ser este recorrido, ¿te parece?
-O este otro. Así, una vuelta más rara. Es menos pero ya estamos cansados.
-Sí, ya estamos cansados así que hagamos ese.
-Vamos.

Da la orden el más chico y empiezan a barrer el ripio, respirar rápido y agitar los brazos como si estuvieran corriendo como ellos creen que lo están haciendo.

Cruzo y llego otra vez a la gran avenida de zapatillas y mocasines. De nuevo el Gigante mete miedo, de nuevo el ruido y la vista moviéndose espesa cargando con tanto objeto para ver.

Pero otra vez -por suerte-, ese aroma tan de paseo, tan de trabajo, tan exótico, tan cotidiano y tan argentino se vuelve a adueñar de mi sentido del olfato. Voy en busca de lo merecido.


-Hola, que tal. ¿Me das un chori?
-Bueno, ahí sale. – Me dice el asador bien asador, transpirado por el calor del carbón pero con gorrito de lana y collar con los colores de boquita.

Al lado de él, un tipo de unos cincuenta y pico que maneja la caja. Parece el encargado del lugar.
-Señor, le hago una pregunta. ¿El local es suyo o es una concesión?
-No. El local depende del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Es permisionario.- Me contesta como diciéndome y a vos qué carajo te importa.
-¿Tiene que obtener un permiso para poder usarlo?
-Claro.- Dice reivindicando eso que implicitaba anteriormente.
-Ah, porque tengo entendido que del otro lado, en la Costanera Norte, hay varios puestos que son de un solo dueño y se otorgan por concesión.
-Todo puede ser. Lamentablemente, cuando existe la corrupción… -Y lo deja ahí para que saque mis propias conclusiones y no le pregunte más.
-Claro, yo le preguntaba por curiosidad, para saber. - Insisto
-Yo del otro lado no te puedo decir porque no sé.- Se infla el pecho y ahora que ve en mi cara a un ingenuo que además del chori compra una Pepsi, se larga a contestar con más elaboración.- Acá en la Argentina la corrupción es un mal que está en todos lados y hace que vivamos así, con esa presión y las cosas nunca funcionan como deberían.
-Pff… la corrupción en este país. ¡Si son todos corruptos!- Interrumpe el de gorrita y me advierte que el chori ya sale.


Atrás mío quedó la Reserva. Ese pedazo de tierra tan natural, tan artificial, tan reservado y tan descuidado que parece una muestra sin compromiso de compra de la propia Argentina.


La tierra trajo más costa, trajo más espacio. La tierra también trajo flora y fauna, paisajes y naturaleza. Pero además, la tierra trajo basura y contaminación. Trajo descuido y abandono. La tierra trajo progreso y medio ambiente. Trajo también contrastes, proyectos que al final no fueron y una sospechosa Reserva. Pero a la tierra no la trajo nadie, la trajeron. Y vaya a saber uno qué hay ahí abajo.


-¿Tenés chimi churri?- Le pregunté al de gorrita y condimenté el chori.


Por Mariano Gaik Aldrovandi

domingo, 28 de septiembre de 2008

Avistaje en Nochebuena ... Extraterrestres!!!

El Cordillerano 25 de diciembre del 2018


Avistaje en Nochebuena de seres extraterrestres

Laura Riera asegura haber estado durante un breve lapso de tiempo, en la pasada noche frente a extraterrestres, en la zona de Cerro Leones, provincia de Río Negro.

Durante la noche de ayer, en la localidad de Dina Huapi, luego de la cena de Nochebuena, una de las visitantes de una casa frente al Cerro Leones asegura haber presenciado un encuentro con extraterrestres.

A diecinueve quilómetros de San Carlos de Bariloche se encuentra el Cerro Leones, donde por la noche de ayer una amiga de los cuidadores del predio frente al cerro, luego de finalizada la tradicional cena del 24 de diciembre, protagonizó lo que ante la prensa y los más allegados declaró como un encuentro con extraterrestres.

La testigo fundamental del hecho, Laura Riera, asegura haber visto durante la cena al aire libre, algunas luces que producían colores fuera de lo común y que realizaban movimientos bruscos en múltiples direcciones. Al finalizar la cena y antes del brindis, se dirigió hacia el patio trasero en busca de una reposera, fue entonces cuando se encontró con dos seres extraterrestres. Solo pudo observarlos unos segundos, según el testimonio de Riera, pues de inmediato se elevaron hasta una luz incandescente por encima de la vivienda.

Los otos invitados a la cena atestiguan haber observado la importante luz que se elevaba frente a ellos, por encima de la casa. Riera asegura haber tenido frente a ella a dos cuerpos con vida que se expresaban de modo peculiar ante su sorpresiva aparición. “¡Estoy convencida de que lo que vi fueron extraterrestres!” Declaró a los medios de la zona.

Otros ciudadanos de la zona atestiguan haber visualizado luces de extraño carácter, otros aseguran haber visto por los cielos al icono de las Navidades, Papa Noel. Pero lo cierto es que este caso conmovió a esta localidad cercana a la ciudad de Bariloche. Por estas horas, el testimonio de Riera inquieta a vecinos y a científicos de diferentes partes del país.

Durante la mañana de hoy se dio a conocer el caso y se anunció que la principal testigo, Riera, hará nuevas declaraciones a los medios esta noche.

Laura-

jueves, 18 de septiembre de 2008

Diario de viaje (y un sueño, si, uno sólo)

Diario de viaje


Entre la monotonía del escenario en el que vivimos, la rutina de correr de un lugar a otro, entre el estudio, trabajo, cursos, etc., nos quitan las ganas, muchas veces, de ver mas allá de lo que tenemos adelante. Ya nada nos llama la atención, es mas fácil viajar en colectivo, tren, subte escuchando música prendidos a los auriculares de un mp3 –ese aparatito que nos permite llevar la música que mas nos guste y escucharla cuando queramos- o mandar mensajitos, llamar, jugar con el celular, leer el diario, un libro, los “preciados” apuntes de la facultad; que prestar atención a lo que pasa solo unos centímetros mas lejos. ¿Será esta la era de la comunicación, que de tanto comunicarnos dejamos de preocuparnos por nuestro entorno? Y no es una sola persona, son muchos, el viaje es aprovechado como un momento más, tal vez para lo que en otro momento uno no haría o no podría hacer, como escuchar música, o tal vez aprovechando para leer esas 500 hojas que no leímos para la clase que tenemos en 1 hora.
Pero en este caso la consigna es, justamente, dejar por unos minutos todo esto de lado y mirar a nuestro alrededor; observar a ese/a señor/a que viaja al lado nuestro; escuchar alguna conversación fuera de contexto; fijarse en el recorrido que hace el colectivo, al cual nunca le prestamos atención. En algunos casos ir por primera vez a algún lugar, preocuparnos por conocer el recorrido de ese transporte, dónde nos tenemos que bajar, cuánto caminar, qué nos conviene mas, en síntesis preparar el viaje, nos lleva a un “mundo” nuevo, salir de la rutina, estar atentos para hacer todo correctamente. Y en esos momentos podemos ver que hay cosas que no vimos, conversaciones de gente que todavía no escuchamos, cosas que nunca nos habían pasado. Podemos descubrir o conjeturar sobre la forma de vida que puede tener cualquiera de las personas que comparte ese preciado momento, el aquí y ahora con nosotros, cada uno con una historia de vida diferente, que por un minuto se entrecruzan con nuestra historia de vida solamente por el hecho de compartir ese instante con nosotros, ese instante que es el viaje.


Entre las distintas formas de movilizarse -por lo menos en esta ciudad- una muy usada, muchas veces la más y también más rápida (si uno no lo agarra en un mal día) es el tren. Y no justamente el tren bala, sino las distintas líneas que hacen sus recorridos provincia-capital o dentro de capital. Hay algunos en mejor estado que otros. Pero a un tren hay que subirse preparado para cualquier eventualidad, léase accidentes, desmayos, interrupciones, atrasos; de esta forma poder salir corriendo en busca de algún colectivo que nos lleve a destino. En este transporte hay distintos tipos de personajes, como los que van sentados, envidiados y odiados por los que están parados y muchas veces aplastados por la multitud. De esta forma cuando pueden señalan a una embarazada, mujer con bebe, discapacitados, sin asiento en la espera de que por lo menos ellos lo consigan. Los que están sentados se sienten bien con su logro, posiblemente por mas de uno dio algún que otro codazo para conseguirlo. Parados o sentados, están los que escuchan música, de los cuales más de uno canta como si estuviera en un recital; también los que leen, estos, a su vez, se dividen en los que leen por placer o por obligación –por lo menos a simple vista- por ejemplo los apuntes para la facultad entran en esta categoría. También los que hablan por celular, mandan mensajitos, o juegan con este, en definitiva no dejarían el celular por nada del mundo, claro muchos de estos son por trabajo. Están los que combinan dos acciones o mas, es decir escuchan música y leen, o escuchan música y mandan mensajitos o leen y mandan mensajitos, y hasta algunos tratan de hacer todo al mismo tiempo. Los que viajan acompañados que, en la mayor parte de los casos no recurren a ninguno de estos divertimentos. Los que estudian han desarrollado la capacidad de hacerlo estén o no sentados, a los que están parados se los puede ver en toda clase de malabares ante la gente que entra y sale del tren y los empuja de un lado al otro. Los que estudian sentados se ganan más de una mirada de envidia de los anteriores. Además se puede encontrar al que aprovecha el momento para dormir, en estos casos nunca falta el que se va quedando dormido hasta posarse en el hombre de su compañero de asiento, casi siempre un perfecto desconocido; o el que, sin intención, se queda dormido con la boca abierta. Es infaltable el vendedor, no importa que, hace algunos años era el MODEM para los canales decodificados, hoy son tarjetas y chips de celular, tarjetitas “empalagosisimas” con ositos que dicen frases cariñosas. Alguna que otra mujer también aprovecha el momento libre para maquillarse un poco o peinarse, con el necesario espejito en mano, tratando de hacer equilibrio entre la gente que pasa y la cartera a punto de resbalarse.


Yo estoy parada al lado de una ventana, escucho música y leo un apunte. Después de un rato empiezo a notar la mirada sobre mí, esas veces que uno no sabe cómo pero siente que alguien está mirando, esa sensación rara de sentirse observados. El señor canoso me mira, baja la vista y escribe en un cuadernito. Yo me sorprendo, no entiendo por qué el señor me miraba, pero vuelvo a mirar a mi lectura y mi música. Nuevamente esa sensación rara de que alguien me mira. Levanto la vista, el señor canoso me sigue mirando, me río, me hace gracia la situación de ser observada. El señor baja de nuevo la vista y sigue escribiendo muy concentrado. Esta situación se repite un par de veces más. Ahora yo me pregunto ¿el señor canoso también tendrá que hacer para la facultad un diario de viaje?, ¿seré una especie de inspiración?


“¿Tu perro es de raza?” –Decía la propaganda de comida para perro.- “No, mi perro es mío.” –Respondía más abajo una mano anónima. Los graffitis, en general y de todo tipo, son muy comunes en los transportes, como en todo espacio público. Ahora se puso muy de moda dejar direcciones de mail, fotologs, blogs, páginas de Internet. Inscripciones que a veces pretenden demostrar un poco de rebeldía, como la que ví una vez “SOCIOPATAS!” (muy con esa manía que se nos dio últimamente de copiar a los ingleses y poner un sólo signo de exclamación o interrogación al final de la oración y también sin acentos). Los graffitis son una forma de expresarse, otras una forma de revelarse. En las partes de atrás de los asientos de colectivo o tren se ven mucho, es mas, a veces vienen con respuestas, chistes, ironías, propaganda a alguna página de Internet. Estamos tan acostumbrados a todo esto que casi ni nos fijamos, pocas veces les prestamos atención. Yo siempre me pregunto si alguno que no es tan distraído copiará estas direcciones de mail o entrará a esas páginas.


En la calle, lo que manejan, tienen muchas veces esa costumbre, al tener que lidiar con otros conductores, de discutir (muchos veces insultar) a esos mismos conductores. Los que son víctimas de algún tipo de infracción del otro, suelen descargar un buen repertorio de insultos y hasta posibles consejos sobre el error cometido. Yo uso muy seguido la línea del 65, la cual se usa mucho en horas pico. La señora se sube muy orgullosamente, con todo respeto saluda al conductor del colectivo. En ese momento una moto rápidamente se adelanta e ignora el semáforo en rojo. El colectivero descarga su repertorio de consejos e insultos. La señora se hace muy cargo de ese insulto, se indigna, insulta al colectivero muy dignamente -¡atrevido!- Cruce de miradas, el colectivero no entiende muy bien la razón del enojo, recapacita y trata de explicar que no fue con ella, que la razón del enojo, del repertorio no fue ella. La señora lo mira, no acepta la explicación, se sienta muy dignamente. Mientras yo miro más atrás de la fila de lo que tratan de subirse al colectivo. Me alegro, no soy la única que se sonríe por la escena entre el colectivero y la señora muy digna.


Sueños:
Soñé que vivía sola en un departamentito y que mi hermana, que es veterinaria, me llevaba a mi perro Enzo para que lo cuide. Pero además me llevaba un conejo que habían llevado a la veterinaria donde trabajaba, lo habían encontrado en la calle, me decía que tenía que cuidarlo, porque tenía un problemita en la columna y no tenía a nadie más. Yo le decía que si que lo cuidaba. El problema en la columna, en cuestión, era justamente que no tenía columna, a mí me impresionaba porque se anduviera cayendo y que cuando no se caía anduviera en zig-zag. Mi hermana me decía que no me preocupe, sí yo le daba mucho de comer le iba a salir una columna, que iba a estar bien, y sí lo cuidaba muy bien me lo podía quedar. Yo le daba kilos y kilos de comida para que se curara. Pero mi perro Enzo se ponía celoso, porque lo cuidaba mas al conejo que a él, se lo trataba de comer, pero yo lo rescataba. Encontraba al conejo abajo de mi cama, se suponía que ya se había curado y lo quería ver para asegurarme. Pero suena el despertador, lo apago y sigo durmiendo... pero no me acuerdo con que soñé... eso si, no con el conejo sin columna.



por Flor Colantonio.

=)

con carita feliz y todo.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Era sólo una lucha

Un día llegué a la facu y había un cartel que decía:

NOS MUDAMOS AL EDIFICIO ÚNICO DE CONSTITUCIÓN. LOS ESPERAMOS.

No lo podía creer. Tanta lucha y de un día para el otro ya estaba ahí como si hubiera bajado de un OVNI. De repente apareció y ya.

Cuando llegué estaba buenísimo, en el pasillo todos conversaban de buen humor. Nadie usaba abrigos porque la calefacción era de primera -había gas-, no habían embotellamientos de personas en las escaleras porque éstas eran amplias e incluso los ascensores funcionaban como en los grandes rascacielos. Me acuerdo que los profes paseaban de buen humor. La palabra "ad-honorem" era vetusta, nadie la recordaba. Todos podíamos investigar lo que quisiéramos, la Facultad financiaba miles de proyectos, contaba con toda la infraestructura necesaria. Era un verdadero oasis académico.

Pero así y todo seguimos luchando. En Medicina las condiciones edilicias seguían iguales de precarias y las prácticas en hospitales estaban cada vez más privatizadas de las manos de Macri. De tan fieles que fuimos a nuestro plan de lucha, miles de aspirantes a médicos un día vivieron lo mismo que nosotros. Su Facultad era una verdadera clínica del primero de todos los países de aquél Primer Mundo, las prácticas las hacían en condiciones que ni la más exclusiva de las privadas les brindaba e incluso gozaban de sueldo por ello.

Pero así y todo seguimos luchando por los compañeros de Psico, de la FADU, de Filo y hasta por los de Economía, aunque no entiendan bien por qué lo hacíamos.

Un día nos levantamos y todos teníamos nuestras necesidades satisfechas. La UBA ya no era un grito al cielo por más presupuesto. No sólo que ya era autosuficiente, sino que incluso generaba ingresos -de todo tipo- para el Estado.

De todas formas, en una de esas placenteras jornadas de cursada, volvimos a reunirnos en Asamblea. Todos coincidimos en que más allá de todos esos reclamos y consignas explícitas que hacíamos sonar hasta por la más ancha de las avenidas, al fin y al cabo no queríamos más que terminar con este modelo de educación burgués.

Y seguimos luchando.

Por Mariano Gaik Aldrovandi

miércoles, 10 de septiembre de 2008

pareceres sin tiempo

Aprovechar cada instante, palabra o encuentro, cada paso o retroceso, cada aventura o desaventura, cada persona, aprovechar, abrirse, no cerrarse y disfrutar. Disfrutar, de todo, no dejar de disfrutar. Disfrutar de lo trágico, de lo peor, lo que uno puede padecer y de lo hermoso, lo bello, lo exótico y lo cotidiano, de lo mágico y vitalizante de cada lugar.
Acá no hay tiempo. No existe. No se lo mide, no se lo gana y se lo pierde. Todos se lo despojan y se nota. Pasa a un segundo plano (si siempre lo tuviste en el primer plano).


Rodrigo Levy

jueves, 28 de agosto de 2008

Divergencia

...Hace mucho nació una estrella que ahora duerme
y no cree querer ser despierta.
Se desliza entre mundos y no sabe
que algún día quizas su padre olvide la gravedad.

Sin embargo ella va a seguir flotando.

Lucila P.

del festín de la vida

El lobo sarraceno de la estepa viene a esperar que termine de caminar mis pasos.
Mientras me mira sabe y siente la eternidad, por eso es que no se me tiene que tirar encima.
El universo está tras su espalda, no hay nada as que demostrar, ni dirimir, ni disputar
A los lejanos ojos de un pastor, un lobo de la naturaleza se alimenta.


Lucila P.

viernes, 8 de agosto de 2008

En el momento justo

Parecía caminar por arenas movedizas. Pero la realidad era que entre la oscuridad, la hora tardía de aquel epílogo de sábado a la noche y el vaso de fernet que llevaba en la mano, las arenas movedizas eran tan sólo una metáfora exageradamente sutil para describir el estado de ebriedad en la que estaba aquella persona.

-¿Están hablando mal de mí? - Deslizó ella en su sinuoso pasar.

-No. Nada que ver. - Le respondieron los tres amigos que la miraban.

Ella se acercó tal vez en busca de una conversación o porque sólo su cuerpo fue para allá y no le quedó más remedio.

-Ya sé que soy fea, asique no tienen por qué decirmelo.

-¡No! ¡Estás loca! No sos para nada fea y ni siquiera estábamos hablando de eso.- Dijo uno de los chicos que trataba de justificarse ante el sin sentido.

-Ay ¿decís que no?

-No para nada, estas re buena.- Contestó riéndose de sí mismo.

Los otros dos también se manifestaron de igual manera. No era fea. De hecho, era una chica linda. Pero, ¿quién es linda/o o fea/o? La respuesta es más que subjetiva y se basa en el criterio de cada uno. Y al parecer del de los chicos y de quien escribe estas líneas, ella estaba equivocada con lo que decía.

El problema está en qué criterio presta atención cada uno, si en el propio o en el de los demás y en ese caso de quién de "los demás". Muchas veces nos convencemos a nosotros mismos en no prestarle atención al qué dirán, pero muchas otras también estamos esperando cierta aprobación por parte del otro.

Ella estaba autoconvencida de que era fea, pero sin embargo, se quedaba ahí porque por un segundo alguien le trataba de decir lo contrario aunque no le importara, aunque esa no sea la persona que ella quería que le dijera eso.

Mientras conversaba también se balanceaba, o mejor dicho, no tenía ningún balance, se ínclinaba para cualquier lado.

-Ay chicos me caigo, me enredo con las flores.

-Sí, es que vos venís de ahí.- Lanzó improvisadamente aquel que más se esforzaba por convencerla.-De las flores- Aclaró para ponerle el moño a uno de los piropos más rústicos y elementales que se puedan llegar a escuchar.

Ella le esbozó una sonrisa.


Por Mariano Gaik Aldrovandi

martes, 22 de julio de 2008

universidad para uÑas!


¿Será posible que las uñas estudien? ¿Qué las rígidas extremidades de nuestros dedos asistan a clases? ¿Y den exámenes?
Si bien en la ciudad en donde atiende Dios todo es posible, me resisto a creer que las uñas tengan la capacidad de estudiar, como lo hacemos sus poseedores, los humanos. Estos interrogantes, que surgieron a partir de un cartel que decía: “UNIVERSIDAD PARA UÑAS” y se encontraba colgando de una pared fucsia, en uno de los incontables comercios de la Capital, me llevaron a pensar que si bien educar a las uñas resulta imposible, puede haber quien, enredado en un malentendido, acuda a dicho local para que sus uñas no sean unas burras.
Aunque mis ideas son absurdas, la imaginación permite que lo imposible se torne posible en nuestras mentes. Aun así soy conciente de que una situación de este tipo haría divertir a más de uno y durante un buen tramo del viaje, en colectivo, pienso en la posibilidad de volver algún día hasta aquel local, para averiguar sobre las inscripciones de mis uñas al próximo periodo lectivo.
No me molestaría quedar en un ridículo de este tipo, pues disfrutaría al ver el desconcierto hecho cara, en la persona que me atienda. Sin lugar a dudas me encargaría de conseguir una cámara pequeña, que sea prácticamente invisible, para que semejante situación pueda así quedar registrada.
Además debería entrar a la “universidad” muy concentrada y con alguna especie de guión, para que la risa no me inunde y pueda llevar adelante el papel de una mujer confundida por el lenguaje. Porque de eso se trata todo esto: de las confusiones que puede generar nuestra propia lengua, cuando se la emplea dando por entendido ciertos conocimientos, que no a todos son comunes. Me pregunto si en todo el mundo hay mujeres que se ocupan de pintar, cortar y acomodar las cutículas de sus uñas.
Mas adelante, en el viaje, pienso que puedo ser yo quien desconozca que las uñas tienen capacidad cognitiva. Le hablo a una de mis rojas uñas y como no me responde termino por volver a mi primera idea. Es decir, a interpretar que aquel cartel publicitaba la enseñanza de tratamientos para las terminaciones de calcio en nuestras manos, lo que normalmente se conoce como manicura.
Mi viaje se hizo mas corto de lo que esperaba, pues mi mente tubo con que entretenerse y en vez de mirar, como es costumbre, algunos rostros de los compañeros de viaje, esta vez preferí dirigir mi atención hacia las uñas. Las hay de todos lo colores, limpias, sucias y hasta con moretones.
Casi llegando a mi destino, pienso que quizás nunca vuelva a la universidad para uñas, de hecho ya había olvidado la dirección y no la había anotado en ningún papel, ni siquiera en el boleto. Al menos pase un viaje, hacia no recuerdo donde, entretenida entre mis asociaciones e ideas.
verdelau<----

viernes, 18 de julio de 2008

El sin sentido

Nunca imaginé que iba a pedir un café con crema. Lo pidió y me sorprendió. A veces vemos en la cara de ciertas personas las cosas que puede llegar a consumir. Nunca pensé en un café con crema.

Mientras pensaba en esas cosas que no tienen mayor importancia y que a veces nos preguntamos por qué las pensamos, la conversación transcurría de ida y de vuelta. Estábamos sentados ahí para hacer algo que al final nunca hicimos. Hasta que mi teléfono sonó.

-No te alarmes, está todo bien pero...

El accidente. El hospital. La sangre. La desesperación.

Después de varios intentos para domar la razón, me fui inmediatamente de allí para ver cómo estaba todo. Es increíble cómo la mente y el cuerpo coordinan para prepararse para lo peor como si estuvieran haciendo una coreografía.

El viaje era el mismo de siempre. Rutinario. Ese en el que siempre vi las peores caras, de las que nunca imaginé que yo aquél día iba a portar. Pero esta vez, el camino era larguísimo. Faltaban cinco estaciones para Carlos Pellegrini. Cinco estaciones después, seguían faltando cinco estaciones para Carlos Pellegrini. El tiempo parecía ser tan espeso que no pasaba por el cuentagotas.

Siglos después llegué a Retiro. De ahí tenía unos treinta minutos hasta mi casa. Treinta minutos que no quería atravesar, que quería que pasaran ya pero que, a la vez, no pasaran nunca. Quería llegar en ese mismo instante pero a la vez quería hacer todo lo posible para no llegar nunca. Qué difícil es estar en el lugar de ese otro que siempre observamos que viaja desesperado y pensamos para nuestros adentros "pobre tipo".

En el transcurso del viaje opté por leer el periódico. Estrategia clave si las hay para anestesiar por un rato a esa maquinaria de miedo y desesperación. Pero las páginas pasaban y el tiempo no.

Décadas más tarde llegué a la estación de destino. De allí tenía tres cuadras hasta mi casa. Ojalá hubieran sido sólo tres cuadras y no un kilómetro de remar contra la corriente. La presión bajaba, el miedo y la ansiedad crecían. Cada paso era cada vez más pesado y en lugar de avanzar sentía que cada vez estaba más lejos. Estaba lejos de donde en verdad hubiera querido estar.

Temeroso, llegué a mi casa. Por suerte las noticias no eran tan malas como pensaba. Me senté y a mi lado la razón hizo lo mismo. El resto del día fue de idas y vueltas a todos lados, tratando de hacer que lo malo no fuera tanto.

A la noche logré respirar. Sentí que lo peor ya había pasado. Y de todo lo que viví ese día no quise quedarme con nada. Fue ahí, cuando apoyé mi cabeza en la almohada, que pude volver a eso que pensaba hoy y todo lo otro interrumpió. A veces, simples banalidades terminan siendo puntos de partida a pensamientos que nacen en la almohada y mueren en la armonía del descanso. Pequeñas cosas que cobran sentido frente a toda una catarata de sucesos que parecen no tenerlo.

Nunca imaginé que iba a pedir un café con crema.

Por Mariano Gaik Aldrovandi

lunes, 7 de julio de 2008

Semana de la dulzura

Un domingo a la noche, volvía a mi casa en el bondi y en el asiento doble de atrás iba sentada una pareja.
Él se bajaba antes y se despidió de ella.
-Chau. Hablamos. Cuidate.
-Chau. Te quiero- le respondió ella.
-Comé el bon o bon.-le recordó él.
Se bajó del colectivo. A la otra parada bajé yo también y no le dije a nadie que comiera ningún bon o bon o cualquier otro tipo de golosina. Qué amargo.
Feliz semana de la dulzura.


Por Mariano Gaik Aldrovandi

martes, 24 de junio de 2008

Todo lo que sucede río arriba llega río abajo

Río Arriba

Manuel de la Orden fue un inmigrante que llegó a estas tierras en 1884, pasó de dependiente a productor azucarero de un ingenio llamado San Isidro en el norte argentino, en Iruya. En sus comienzos fue el ingenio más importante de la zona, en el trabajaban de zafreros los kollas, que llegaban a esa zona en trenes, propiedad del ingenio. El ingenio fue el mas antiguo con un reconocimiento internacional, funciona hasta 1993, cuando lo cierran por problemas económicos. Vuelve a funcionar en el 2000, produciendo nuevamente. Muchos ingenios siguen cerrados.
Ulises de la Orden es el bisnieto de Manuel, realiza un viaje desde Buenos Aires hasta el norte para investigar sobre el antiguo ingenio y sus consecuencias en la cultura de los aborígenes, saber qué habrá sido de ésta cultura. Por la historia de sus familia se siente comprometido con la historia de los zafreros, le conmueve este pueblo. La familia de Ulises tiene una imagen de Manuel muy distinta a la que adquiere el propio Ulises, la familia lo ve como un héroe, un hombre notable, incluso la familia que reside en el norte. A medida que realiza su viaje cambia completamente la imagen que tiene de su bisabuelo.
Los kollas antes de que se instalara la zafra tenían su propia forma de producir, las terrazas de cultivo, con las cuales podían autoabastecerse, poniendo en ellas toda la tecnología campesina para la producción. Necesitaba la ayuda de toda la comunidad, una forma de cultivo milenaria, la conservación de la tierra, una forma de cultivo que se transmitía de generación en generación. Pero con la llegada de los españoles se empieza a cobrar un arriendo por sus propias tierras, les venden productos, haciendo que se endeuden. La forma de pagar la deuda era trabajar en las zafras, les pagaban con vales, que además solo podían usar en las proveedurías del ingenio. Pero cuanto más se endeudaban y más trabajaban en las zafras, más descuidaban sus terrazas, lo cual hizo que se inutilizaran. De esta forma nunca terminaban de pagar sus deudas, pero a la vez perdían su forma de abastecerse. Con sus terrazas canalizaban el agua de lluvia, pero al descuidarlas, los sistemas canalización desaparecieron y cuando llueve se producen aludes de piedra y barro, lo que se denomina “volcanes”, terrazas que se derrumban en forma de ríos, porque todo lo que sucede río arriba, siempre llega río abajo. En las zafras se trabajaba duramente, los que se rebelaban desperecían y los mataban, pero en la zafra decían que era obra del “familiar”, que era un demonio que se alimentaba de ellos para mejorar la cosecha.
El tren aparece como el medio de transporte para los que trabajaban en las zafras, pero no era un viaje en buenas condiciones, sino como ganado, venían peones desde la Puna. Se veía como algo revitalizador, que acercaba posibilidades a las comunidades mas lejanas, pero el progreso de este tren nunca llegaba a las zafras, allí todo el trabajo era manual, con jornadas de trabajo inhumano. Pero fuera del ingenio se presentaba el trabajo como una labor digno, los zafreros en buenas condiciones, las culturas originarias como algo que no existe más.
El ingenio destruyó una cultura, en éste los kollas contraían enfermedades y morían, no tenían otra forma de vivir, ya que no tenían más sus terrazas de cultivo. Tienen dos opciones, o darle trabajo a los zafreros con sus machetes o usar las máquinas y abaratar costos. En la actualidad muchos aborígenes se van a vivir a Iruya pensando que van a vivir mejor, vuelven sólo en época de siembra y carnaval. Pero no viven mejor, en Iruya si no tienen plata no viven. Pero los indios no son negocio, a ellos les gusta el trueque y así no necesitan plata. Sienten su cultura relegada por la religión del Dios y su cruz, que los confunde. Pero siguen adorando a la Pachamama, su valor y significado, resguardan su cultura. La vida del ingenio la consideran una vida triste, el hombre cortaba la caña y la mujer la pelaba, se criaron así, yendo y viniendo y recibiendo maltratos sí no cumplían. Ahora sienten que están mejor, tienen sus siembrita, sus artesanías y sus trueques. En el ingenio ya no los necesitan, tienen las máquinas, pero necesitan las escrituras de sus tierras para progresar.


por Florencia Colantonio

viernes, 13 de junio de 2008

monologo de amor

¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no me dijiste que ya no querías más? ¿Qué tenias pensado seguir tu camino…sin mi? ¿Por que todavía no se nada de vos? ¿Por qué no me has dejado ni una carta, para decirme si te fuiste, si es que vas a volver, donde estas?
No puedo entender que fue lo que ocurrió, que fue lo que tu mente entendió, lo que tu corazón u orgullo dictó.
Llegar a casa y que ya no estés es un dolor, es el momento de llegar y saber que ya no estas, el que se repite día a día, que me incomoda y lastima. Quedarme sin vos… cuando pensaba que el resto de lo que me quedaba por transitar seria con vos, seria juntos, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.
¿Por que te fuiste si la pobreza y la enfermedad nunca han golpeado la puerta de nuestro departamento?
Te di todo de mí, mis mejores años, mi juventud, mi cariño, mi comprensión, claro… mi comprensión. Jamás deje de entender tus asuntos, tus razonamientos y sentimientos. Inclusive aquel día que me dijiste que no me aguantabas mas, que yo te resultaba una persona odios, que mis caricias, mis besos y sonrisas, que yo te brindaba para que nunca dejes de ser feliz, eran un castigo para vos. Recuerdo bien claro tu frase destructiva: “¡Lo peor de todo es dormir con vos todas las noches!”.¡Como si fuera que no me baño! ¡Que tengo mal aliento! Si siempre tuve la boca fresca, las pastas dentales hiper-fresh siempre fueron mis preferidas. Esta bien…se que engorde algunos quilos desde que nos enamoramos, pero vos tampoco te mantuviste igual y eso no es culpa mía, vos fuiste quien siempre prefirió comidas saturadas en grasas antes que ensaladas y sushi y quien me hizo abandonar cada gimnasio que empecé por celos a los compañeros o los musculosos treiners. Inclusive esa vez te comprendí.
Pensé que se te pastaría ese fastidio hacia mí, que con el correr de los días y espacios de reconciliación todo volvería a ser tan mágico como lo era antes.
Lo intente, procure crear ambientes románticos y propicios para nuestro reencuentro pasional. Te espere más de una vez con luces tenues, velas, aromas a jazmines y esas suaves bosas, que tanto te gustan, sonando de fondo, pero nada funcionó. Todos mis intentos de acercamiento los despresiastes y todo continúo en la dirección, opuesta a mis deseos. Ya no dormíamos juntos (preferías quedarte en el sillón mirando tele y dormir allí en componía de Moño, tu gato pulgoso), no conversábamos sobre nuestros días y mucho menos sobre nuestros sueños juntos. Inclusive, no dejaste que continuara haciéndote los masajes de los sábados a la tarde, que antes eran tu deleite.
Soledad, es la que siento, tantos momentos vacíos que quedan en torno a mí. Caricias que mueren en mis manos, palabras que contracturan mi lengua y un amor, sabrán disculpar mi expresión, cagado por las palomas, esto es todo lo que hoy me queda. Aunque yo nunca vi a las palomas que hicieron esto.
No logro explicarme que fue lo que paso…pero ahora que vuelvo el tiempo atrás y me esfuerzo en entender, presumo que tu abandono fue premeditado, que desde hace tiempo que venias tramando esta huida de mi. Quizás no quise ver que tu rechazo no tenía solución, mantuve la esperanza de que tu corazón se ablandara y que cambiaras tu postura, pensé que recapacitarías y que te darías cuenta de que nadie en este mundo, a pesar de mis errores, te querría más que yo. Pero me auto engañé, preferí seguir creyendo, antes que perderte.
Fue en vano, te perdí igual y me dolió más, pues mi negación facilito la caída al vacío de mi corazón. Y allí me encuentro en el vació, tratando de recomponerme y de continuar una vez mas, pero ahora, sin vos Tomás.
Me resisto a creer la versión de la chusma de Elena, pues a pesar de ser una buena vieja se que siempre miro con recelos nuestra relación y que más de una vez oyó conversaciones del otro lado de la puerta. Pero la quiosquera me contó lo mismo que Elena y dudo de que exista una conspiración para explicarme que te pasó. Dicen que te vieron salir con unos bolsos y una caja grande, que en la puerta te esperaba un chico joven, de no más de treinta años. Elena me contó que vió todo desde su balcón y que en un momento alzasete la cabeza para mirar hacia nuestra ventana y allí vio tu rostro desconcertado y sobre tus mejillas sin afeitar lagrimas rodando. También vieron cuando él te abrazo y vos entre pena y disimulo corriste sus brazos de modo muy sutil.
No me lo han dicho, pero insinuaron que entre vos y él se percibía complicidad de enamorados… y es que en definitiva puede ser cierto.
Puede ser que te hallas enamorado de otro hombre y que por eso me hayas dejado a mi solo

lunes, 9 de junio de 2008

BAFICI

El BAFICI es un Festival de cine independiente internacional que se realiza en la ciudad de Buenos Aires, Argentina todos los años; organizado por el Ministerio de Cultura de Buenos Aires. Su trascendencia es reconocida internacionalmente por ser el evento más grande y prestigioso de América Latina. Se organiza en el mes de abril desde 1999, el año de la primera edición, por la entonces Secretaria de Cultura. En esta edición se usaron muchas salas dedicadas al uso comercial, se proyectaron películas extranjeras y nacionales, con una gran convocatoria. El año siguiente se repitió, con más convocatoria y cantidad de películas, además de otras actividades como talleres y charlas, así el festival quedó asentado y se repite todos los años, cada vez con más convocatoria, cantidad de películas y actividades.
A partir del 3ª Festival se empezaron a entregar premio a los cortometrajes, el Mejor y el de Mejor Dirección, además de los que ya se entregaban anteriormente a Mejor Guión, Película, Actor, Actriz, Dirección, algunas menciones especiales y el público vota su película favorita, que recibirá la Mención Especial del Público.
Este año se realizó el Festival del 8 al 20 de abril, haciendo de este espacio una forma de apoyar el desarrollo y producción del cine independiente. La selección de películas argentinas es poca, pero muy interesante y buena, según la crítica.
Yo fui a ver una comedia llamada “Dr. Plonk”, de origen australiano, en blanco y negro y muda, al mejor estilo Chaplín, sólo musicalizada con algunos instrumentos. La película se ambientaba en el año 1907 y el protagonista es el mismo dr. Plonk que un “en un día normal en su consultorio”, analizando grabados y planos llega a la peor conclusión: el mundo se terminaría en 101 años, o sea en el 2008, nadie cree esto, le piden pruebas, planteándose la mayor interrogante: cómo probar que el mundo se terminará en el 2008. Después de mucho pensar descubre que hay una sola salida, inventar una maquina del tiempo (usando la típica lamparita que se prende mágicamente cuando tiene una idea). Con la ayuda de su ayudante (Palaus, cruelmente maltratado por la mayor parte de los personajes, desde el dr. hasta la esposa de éste y el cochero) y también de su mujer, y por qué no del perro (Tiberius, con un gran amor hacia las pelotitas de goma). Después de mucho investigar, y construir, usando todos los relojes para la máquina del tiempo, logran el cometido, claro que dicha máquina es una especie de artefacto a cuerda con palancas y se viaja en el tiempo en… ¡un cajón de madera! (una especie de ataúd, en el cual llegan a viajar hasta tres personas, desde el dr., el ayudante, el perro, la esposa y también el primer Ministro de Australia). El primer viaje en el tiempo es realizado por el perro… que insólitamente vuelve con una gran cantidad de pelotas de goma, el ayudante también viaja al futuro y vuelve convertido a la cultura rastafari y con una mujer. El dr. decide viajar él mismo para ahorrarse la pérdida de tiempo, claro que la máquina se maneja desde el laboratorio y debe pedir ayuda tirando de una campanita, hete aquí que el ayudante no escuchaba la campanita… ¡por qué es sordo! Metiendo, de esta forma, al pobre dr. en graves problemas, desde casi ser atropellado por un tren, o morir ahogado en el medio del mar o ser apresado por una gran cantidad de aborígenes. En uno de sus viajes el dr. se sorprende de la actitud de la gente que se sienta mirando al frente, mejor dicho a una caja (sí, una televisión), extrañado ante esta actitud decide investigar. La televisión transmite continuamente una propaganda “el fin del mundo llega a tu pantalla”. Siguen los intentos desmedidos del dr. de llevarse una de “esas cajas” como prueba de que sus conclusión no era errada. Claro que ante todos estos intentos en el futuro llegan a creer que el dr. era un terrorista, y están muy dispuestos a atraparlo, especialmente cuando el dr. se queda en el futuro y no puede escapar, debido a los juegos continuos del ayudante y de la esposa del dr., que traen y llevan el ataúd/cajón desde su presente hasta el futuro, una y otra vez, para curiosidad de la policía que no entendía ese artefacto que aparecía y desaparecía. Cuando por fin atrapan al pobre dr. éste queda preso por “terrorista”.
La película, ya que era muda, era acompañada por la música, que dirigía la acción,
acelerándose cuando la escena era de mucha tensión y tomando un toque “cómico” cuando la escena era, justamente, cómica. Con muchos gags cómicos visuales, acompañados por una especie de “guía” en la pantalla de varios diálogos escritos, a veces reflexiones del dr. y frases de famosos que acompañaban la acción (“la desgracia empuja a los grandes hombre al descubrimiento”). El viaje, además de ser en el tiempo, también es en el “tiempo del cine”, ya que la película en blanco y negro es llamado cine primitivo… viajando desde ese cine hasta el futuro con cine en color y grandes letras e imágenes de “el fin del mundo llegará a tu pantalla”. Además el personaje principal es un hombre que ve más allá de su época, ya que no trata de resolver un problema presente, sino el problema de que el mundo se terminaría en el futuro. Por lo tanto no es casualidad que la película esta ambientada en ésa época, ni que sea en blanco y negro y muda.
Lo que me llamó la atención del Festival en sí, es que casi nadie sabía que era, y tuvo bastante difusión, pero me di cuenta que cuando uno no sabe qué es no le llama la atención esta propaganda. Yo, personalmente no sabía que era hasta ahora y a todos los que les pregunté (mayormente gente de mi edad) tampoco. Pero aún así en la salas de cine predominaba la gente más joven, muy pocos eran personas mayores, del mismo modo que muchos de los que estaban en la sala comentaban otras películas o incluso actividades del festival, demostrando que se habían interesado en éste. De todas formas se nota que el festival cada año tiene más difusión que los años anteriores y que cada vez hay más gente interesada en él.

por Florencia Colantonio

viernes, 6 de junio de 2008

Un segundo sin

Casi siempre que viajo leo. A veces escribo. No me gusta echar a perder ese tiempo en el que voy sentado y miles de incertidumbres me acompañan a donde vaya. Pero de vez en cuando, entre renglón y renglón, me detengo un segundo a ver dónde estoy y qué me rodea.

El hecho de ir leyendo, implica una búsqueda constante, al igual que escribir. Aunque a veces, en un segundo, todo parece detenerse. Levanto la vista y ahí está la foto y en ella la gente con sus celulares, sus emepetrés, sus siestas, sus charlas sobre ningún tema, sus diarios comprados "a voluntad" y sus vistas perdidas entre un paisaje que no termina de quedarse atrás.

Y acá yo, en un instante en el que todo se detiene y pierde sentido, en el que las cosas hechas fueron en vano y cualquier pensamiento es una falta de respeto a esa sintonía en la que no logro entrar. Es ahí donde empieza el otro viaje, el de la birome deslizándose de izquierda a derecha sobre el papel renglón por renglón, vascilando entre caracteres "desprolijos" sin coordinación. La mano navegando en birome sobre un calmo mar de celulosa que conduce a mil puertos en distintos sentidos.

Me pregunto siempre qué pasará por esas mentes, por qué siempre parecen tan felices, para qué viven, qué es lo que buscan si acaso buscan algo, qué busco yo, para qué estoy acá y qué quiero hacer si es que en realidad tengo que hacer algo.

Me pregunto también qué voy a hacer por los demás, si es que hay que hacer algo por ellos; qué voy a hacer por el flaco ese que está parado con la mirada perdida, por la chica sentada frente a mí que me mira con disimulo y trata de adivinar qué estoy escribiendo. Me pregunto qué voy a hacer por vos.

Ni siquiera sé para qué escribo esto y no sé si sabés bien vos por qué lo estás leyendo. Por un momento, siento que todos saben lo que quieren menos yo, que me pregunto tantas cosas y no consigo ninguna respuesta. Será que ellos no tuvieron que preguntar para saberlo.

Es un instante en el que todo se detiene, yo soy el centro del mundo, el que tiene la palabra, la decisión, la potencia de hacerlo todo y, a la vez, nada, no existo. No en el mundo de ellos. Hasta que me acuerdo de vos y todo vuelve a su lugar, no necesito respuestas porque ya no hay más preguntas y el sentido de escribir caducó.

Por Mariano Gaik Aldrovandi

jueves, 5 de junio de 2008

Viaje hacia la pintura

El sábado me desperté sabiendo el día que me esperaba, sabía que tenía que ir a ver la exposición a la Boca, pero no me emocionaba la idea, nunca me interesó demasiado el arte. Después de comprobar que la exposición iba a abrir después de las 12:00hs y que no podía ir mas temprano convencí a mí hermana para que me acompañara. El viaje en el 152 me gustó mucho, conozco muy poco Capital y andaba contenta con mi guía FILCA cual turista, haciéndole preguntas a mi hermana. A la Boca fui una vez cuando era muy chica así que no me acordaba demasiado, lo asociaba con calles largas de empedrado, casitas pintadas de colores muy llamativos y como temas centrales el fútbol y el tango. El hecho que sea gallina de alma puede influir un poco en que el caminito no despierte mi interés.
Ni bien me bajé del colectivo noté un olorcito muy característico y me acerqué a la feria, ya que las ferias es una de las cosas que más me gustan de cualquier paseo turístico. Esta feria está al lado del puerto, también vi el puente viejo, que es muy conocido, en mi caso por fotos. Como imaginaba el escenario estaba dominado por el fútbol y el tango más que nada, retratos de Maradona, paneles de jugadores de fútbol y en es especial un panel de un equipo, atrás de un arco, pero éste era de verdad y estaba en la vereda. Había placas de tango y fútbol dibujadas para que uno posara poniendo la cabeza en un cuerpo dibujado, y se sacara una foto de a uno con Maradona (pintado) o con un tanguero, o de a dos para una tanguera y un tanguero. Parejas bailando tango copaban el caminito, muchos bares temáticos, estatuas de personajes famosos en algunos balcones como de Maradona, Evita, el “Che”, Gardel, con las cuales te podías sacar fotos… si pagabas, claro. Una estatua de Borges en una cafetería, con la cual uno se podía sacar fotos y hasta un doble de Diego Maradona de carne y hueso… con mucha actitud “maradoniana”, panzón y todo. Lo que me gusta de la Boca son los colores de las casas, que sean de varios y llamativos colores, hace de la Boca un barrio diferente al resto. Cada tanto alguno me pregunta de donde soy, ante mí respuesta “de provincia” muy pocos ofrecían venderme algo, su presa favorita son los extranjeros, los cuales aceptan precios mucho mas altos de los que puede pagar un argentino promedio.
El conventillo verde apareció casi de la nada, me costó un poco encontrarlo, ya que me había metido por otra calle y tuve que preguntar como llegar. En la entrada un cartelito que informaba que el conventillo verde se había hecho galería, en 1863, y se mantenía gracias a la cooperación vecinal. Ni bien entré me llamó la atención la música, que ayudaba a darle ambiente a la galería, y no pude etiquetar en algún género. La galería confunde porque a simple vista parece un lugar humilde, lo que no es, por lo menos del todo, el lugar donde se exponían las pinturas estaba muy bien cuidado, tenía ventanales altos con barrotes. La cocina del ex conventillo, por ejemplo estaba en uso y no en exposición, era un vestigio de ellos mismo, tenía obras de pintura, sino muchos afiches del “Che” o de Fidel y las cosas muy comunes de una cocina, pava, hoyas, etc. Había más de una exposición de pinturas, además de esculturas en la entrada del trompetista que ya habían comentado en clase y una con una guitarra pero sin nombre, la otra que comentaron en clase no estaba. La exposición de la otra pintora era muy linda, me dio la impresión de que era más realista que la de Celia Güichal, pintaba muchas escenas del caminito, también del puerto, del tango y alguna de bares.
La exposición de Güichal me gustó mucho, fue bastante contrario a los que esperaba, como dije no me interesa demasiado la pintura y más que nada fui a la exposición solamente por cumplir. Sus pinturas eran muchas del norte, de la Argentina y de otros países que comparten algunos elementos de la cultura, de sueños, utopías; los colores eran muy llamativos y lindos, algunos cuadros eran más marcados y realistas que otros; pero más que nada me dio la impresión de que en la mayoría había un elemento “oculto” que la artista esperaba transmitir al público, deseando que éste interpretara lo que la autora sentía. Por ejemplo una obra que se llamaba “Vértigo en Maimara”, me pasó algo muy raro, cuando la vi en la galería no me llamó demasiado la atención, no noté, hasta que vi la foto del cuadro en la computadora, que lo que simulaba ser el agua en el cuadro en realidad era una persona que parecía zambullirse entre los cerros, busqué Maimara y resultó que significa “estrella que cae”, tal vez la persona simbolizaba una estrella que cae.
“La Pachamama” me llamó mucho la atención, por los colores y el estilo con el que la había pintado y además porque cuando era chica leí un libro que contaba historias de aborígenes y de esa forma aprendí que era la Pachamama y como la homenajeaban los indios, los collas (en mi libro). La Pachamama es la Madre Tierra que protege y ayuda, para muchas culturas del norte, que creen en ella, la tierra es sagrada porque es parte de nosotros y nosotros somos parte de ella, la homenajeaban con un altar donde dejaban un poquito de comida, para que los ayude y alegre.
Otra pintura que me llamó la atención, por el contraste de colores, era “Hacía la liberación” y estaba dividida en dos partes; de un lado, tenía colores mucho mas llamativos y alegres, y los personajes estaban representados de la misma forma, era el lado “libre”; mientras que del otro lado todo era negro y gris, igual que los personajes, era el lado “oprimido”, que deseaban ir “hacía la liberación”.
Un tema muy recurrido en las obras eran los sueños y el viaje, en una pintura, “Regreso al hogar”, se veían una calle y más arriba, sobre las nubes, las líneas de un tren… que iba hacia algún lugar, pero en este tren los vagones tenían la forma de casas, de “hogares”, el viaje mismo era su hogar, es decir que el hogar no era un lugar en concreto, sino que cualquier lugar hacia el que fuera en su viaje sería su hogar. La pintora aclara que ella pinta sus sueños, que busca comprenderlos como mensajes de una voz sabia. Debajo de la pintura “La isla de la utopía” señala que “hace mil años que sueño”, claro las utopías son eso, sueños, lo ideal muchas veces, es casi una forma de salvación, un ideal al cual llegar, a veces usado para denominar lo irrealizable e inalcanzable.
Tal vez los sueños son una forma de viaje, una forma de encontrarnos a nosotros mismos y encontrar nuestro “ideal”, tal vez vivimos en un sueño, que es como nuestro hogar.


Por Florencia Colantonio (comisión 60)

domingo, 1 de junio de 2008

Prisionero de guerra

“Caminé por las calles desiertas, o casi desiertas, de una zona de chalets. Algunos habitantes, a pesar de la hora matinal, ya estaban levantados; me miraban desde los garajes. Parecían preguntarse qué estaba haciendo yo allí. Si me hubieran abordado me habría costado mucho contestarles. En efecto, nada justificaba mi presencia allí. Ni en ninguna otra parte, a decir verdad.”

Hacía ya casi dos meses que la guerra había terminado, por lo menos así lo dispuso nuestro enemigo, cuando dio el ataque final que diezmó al escuadrón principal.

Recuerdo que el retiro de tropas había sido inmediato. Varios aviones y helicópteros nos buscaron para llevarnos de vuelta a casa. A donde vivía antes, cuando todavía tenía una vida. Yo fui uno de los pocos que sobrevivió de mi división y el único que –hasta por lo que sé- hoy sigue aquí. El resto se volvió. Me invitaron, me insistieron, me forzaron a correr hacia el improvisado aeropuerto donde se había acercado mi avión. Pero no. No quise ni lo dudé. Otra vez no.

Cuando empezó la guerra, yo tenía tan solo veinte años. Hacía una vida normal. Por la mañana estudiaba y por las tardes trabajaba junto a mi padre en el campo. Siempre nos decían que la invasión era muy importante, que había que apoyar la causa. Yo nunca la defendí, pero tampoco me opuse.

Con el transcurso de los meses, la cosa fue empeorando. Y ahí empezó todo, o terminó –mejor dicho-. Una mañana en la que yo no estaba, dos oficiales del ejército fueron a buscarme a mi casa, para que me alistara a las tropas. Yo tenía la libertad de elegir. Pero en el caso que mi decisión fuera negativa, tuvieron la amabilidad de avisarnos que la cosecha de ese año no sería tan buena. En fin, la moda de las avionetas fumigadoras no había terminado.

Cuando mi padre me contó lo que había sucedido, yo no dudé. Fui al regimiento de mi zona y me alisté.

Recuerdo que a la semana ya estaba en el barco viajando al campo de batalla. Por lo que nos decían, la cosa era fácil. Nosotros, súper potencia mundial del exterminio, íbamos con todos nuestros miles de millones de dólares en armamentos a depositarlos en tierra del enemigo tercermundista y encima de una cultura totalmente ajena a la nuestra. Cuando llegamos, nuestro anfitrión nos recibió con un contundente y abundante ataque tierra-agua, por lo que el desembarco resultó un verdadero desastre.

Calculo que un cuarto de la tripulación murió en el acto. El resto, separados y a la deriva, comenzamos a disparar para donde pensábamos que estaban los nativos, o sea, los malos.

Hoy ya hace cinco años que estoy acá. Hace dos meses terminó la guerra que nosotros empezamos. Me trajeron por la fuerza, y así también me quisieron llevar de regreso. Pero yo no quise volver, no otra vez. Ya escuché los rumores de que nuestra superpotencia enemiga tiene armas nucleares dirigidas hacia nuestro territorio.

Esta vez no. Ya lo perdí todo, dejé a mi familia, mi trabajo, mis proyectos, mi vida por una causa que nunca apoyé pero a la que tampoco me opuse.

Ya caminé bastante y lo voy a seguir haciendo mientras no tenga donde quedarme. Por las noches duermo con el fusil bajo el brazo. Está descargado. No tengo miedo, el enemigo ya se fue.

Por Mariano Gaik Aldrovandi