viernes, 18 de julio de 2008

El sin sentido

Nunca imaginé que iba a pedir un café con crema. Lo pidió y me sorprendió. A veces vemos en la cara de ciertas personas las cosas que puede llegar a consumir. Nunca pensé en un café con crema.

Mientras pensaba en esas cosas que no tienen mayor importancia y que a veces nos preguntamos por qué las pensamos, la conversación transcurría de ida y de vuelta. Estábamos sentados ahí para hacer algo que al final nunca hicimos. Hasta que mi teléfono sonó.

-No te alarmes, está todo bien pero...

El accidente. El hospital. La sangre. La desesperación.

Después de varios intentos para domar la razón, me fui inmediatamente de allí para ver cómo estaba todo. Es increíble cómo la mente y el cuerpo coordinan para prepararse para lo peor como si estuvieran haciendo una coreografía.

El viaje era el mismo de siempre. Rutinario. Ese en el que siempre vi las peores caras, de las que nunca imaginé que yo aquél día iba a portar. Pero esta vez, el camino era larguísimo. Faltaban cinco estaciones para Carlos Pellegrini. Cinco estaciones después, seguían faltando cinco estaciones para Carlos Pellegrini. El tiempo parecía ser tan espeso que no pasaba por el cuentagotas.

Siglos después llegué a Retiro. De ahí tenía unos treinta minutos hasta mi casa. Treinta minutos que no quería atravesar, que quería que pasaran ya pero que, a la vez, no pasaran nunca. Quería llegar en ese mismo instante pero a la vez quería hacer todo lo posible para no llegar nunca. Qué difícil es estar en el lugar de ese otro que siempre observamos que viaja desesperado y pensamos para nuestros adentros "pobre tipo".

En el transcurso del viaje opté por leer el periódico. Estrategia clave si las hay para anestesiar por un rato a esa maquinaria de miedo y desesperación. Pero las páginas pasaban y el tiempo no.

Décadas más tarde llegué a la estación de destino. De allí tenía tres cuadras hasta mi casa. Ojalá hubieran sido sólo tres cuadras y no un kilómetro de remar contra la corriente. La presión bajaba, el miedo y la ansiedad crecían. Cada paso era cada vez más pesado y en lugar de avanzar sentía que cada vez estaba más lejos. Estaba lejos de donde en verdad hubiera querido estar.

Temeroso, llegué a mi casa. Por suerte las noticias no eran tan malas como pensaba. Me senté y a mi lado la razón hizo lo mismo. El resto del día fue de idas y vueltas a todos lados, tratando de hacer que lo malo no fuera tanto.

A la noche logré respirar. Sentí que lo peor ya había pasado. Y de todo lo que viví ese día no quise quedarme con nada. Fue ahí, cuando apoyé mi cabeza en la almohada, que pude volver a eso que pensaba hoy y todo lo otro interrumpió. A veces, simples banalidades terminan siendo puntos de partida a pensamientos que nacen en la almohada y mueren en la armonía del descanso. Pequeñas cosas que cobran sentido frente a toda una catarata de sucesos que parecen no tenerlo.

Nunca imaginé que iba a pedir un café con crema.

Por Mariano Gaik Aldrovandi

2 comentarios:

Integrantes: Clary, Ale, Vivi, Belén dijo...

Muy bueno lo que escribiste!
sigan subiendo..
saludos..
Clary.

Anónimo dijo...

buenas palabras...es imaginable, me gusto. Es cierto que uno construye ideas sobre el consumo de otras personas, mas si las comenzas a conocer.
Espero que estes bien...ahora , por fin , voy a publicar un texto qe escribi en el diario...hace tiempo, pero me parece muy divertido...
saludos de aire fresco...desde el sur, verdelau