domingo, 1 de junio de 2008

Prisionero de guerra

“Caminé por las calles desiertas, o casi desiertas, de una zona de chalets. Algunos habitantes, a pesar de la hora matinal, ya estaban levantados; me miraban desde los garajes. Parecían preguntarse qué estaba haciendo yo allí. Si me hubieran abordado me habría costado mucho contestarles. En efecto, nada justificaba mi presencia allí. Ni en ninguna otra parte, a decir verdad.”

Hacía ya casi dos meses que la guerra había terminado, por lo menos así lo dispuso nuestro enemigo, cuando dio el ataque final que diezmó al escuadrón principal.

Recuerdo que el retiro de tropas había sido inmediato. Varios aviones y helicópteros nos buscaron para llevarnos de vuelta a casa. A donde vivía antes, cuando todavía tenía una vida. Yo fui uno de los pocos que sobrevivió de mi división y el único que –hasta por lo que sé- hoy sigue aquí. El resto se volvió. Me invitaron, me insistieron, me forzaron a correr hacia el improvisado aeropuerto donde se había acercado mi avión. Pero no. No quise ni lo dudé. Otra vez no.

Cuando empezó la guerra, yo tenía tan solo veinte años. Hacía una vida normal. Por la mañana estudiaba y por las tardes trabajaba junto a mi padre en el campo. Siempre nos decían que la invasión era muy importante, que había que apoyar la causa. Yo nunca la defendí, pero tampoco me opuse.

Con el transcurso de los meses, la cosa fue empeorando. Y ahí empezó todo, o terminó –mejor dicho-. Una mañana en la que yo no estaba, dos oficiales del ejército fueron a buscarme a mi casa, para que me alistara a las tropas. Yo tenía la libertad de elegir. Pero en el caso que mi decisión fuera negativa, tuvieron la amabilidad de avisarnos que la cosecha de ese año no sería tan buena. En fin, la moda de las avionetas fumigadoras no había terminado.

Cuando mi padre me contó lo que había sucedido, yo no dudé. Fui al regimiento de mi zona y me alisté.

Recuerdo que a la semana ya estaba en el barco viajando al campo de batalla. Por lo que nos decían, la cosa era fácil. Nosotros, súper potencia mundial del exterminio, íbamos con todos nuestros miles de millones de dólares en armamentos a depositarlos en tierra del enemigo tercermundista y encima de una cultura totalmente ajena a la nuestra. Cuando llegamos, nuestro anfitrión nos recibió con un contundente y abundante ataque tierra-agua, por lo que el desembarco resultó un verdadero desastre.

Calculo que un cuarto de la tripulación murió en el acto. El resto, separados y a la deriva, comenzamos a disparar para donde pensábamos que estaban los nativos, o sea, los malos.

Hoy ya hace cinco años que estoy acá. Hace dos meses terminó la guerra que nosotros empezamos. Me trajeron por la fuerza, y así también me quisieron llevar de regreso. Pero yo no quise volver, no otra vez. Ya escuché los rumores de que nuestra superpotencia enemiga tiene armas nucleares dirigidas hacia nuestro territorio.

Esta vez no. Ya lo perdí todo, dejé a mi familia, mi trabajo, mis proyectos, mi vida por una causa que nunca apoyé pero a la que tampoco me opuse.

Ya caminé bastante y lo voy a seguir haciendo mientras no tenga donde quedarme. Por las noches duermo con el fusil bajo el brazo. Está descargado. No tengo miedo, el enemigo ya se fue.

Por Mariano Gaik Aldrovandi

1 comentario:

Integrantes: Clary, Ale, Vivi, Belén dijo...

hola!!
bueno pasaba a dejar mi comentario.. me acuerdo q lo leyeron en clase y me gusto mucho porq a partir de un parrafose invento toda una historia.. la verdad muy buena e interesante.

besos

ale