Yendo al grano, no es lo mismo un “Ay no sabés, tipo, el otro día estaba chendo a…”, que un “Vo’ sabe que’lotro día taba con lo pibe shendo para…”. La traducción al castellano neutral para ambos casos sería: “Sabés que el otro día estaba yendo a…”
Esta diferencia no sólo en la pronunciación, sino en las palabras, como en la construcción sintáctica de las frases nos remite directamente al origen del sujeto. Pero no de donde proviene.
Hablamos de sociolectos y, en una segunda instancia, de idiolectos. Suena muy lindo así especificado en este tecnolecto lingüístico, pero mejor sería explicarlo al total del público y esbozar las primeras conclusiones.
Tomando como campo de estudio sólo la Capital y el Gran Buenos Aires, para no caer en otras cuestiones de sufijo lecto, podemos decir que tenemos un abanico de posibilidades de encontrar distintas maneras de expresarse, como distintas cosas que expresar.
Frente a un gran barrio cerrado, los pibes que no viven en la Cava pero sí pegaditos a ella, casi como si vivieran en la villa, discuten un viernes a la noche para ver a por dónde iban a salir.
-Bue, vamo’ para San Martín.
-No, mejor arrancamo’ para Olivo’.
-Ta loco vo’ ahí ta lleno de gatos.
-Y en San Martín también.
-Sí pero en Olivo son todo’ careta.
Que quede claro que las omisiones de ciertas letras, como el desorden gramatical de ciertas palabras no fue hecho de manera despectiva, sino que como reflejo de la realidad de estos Otros.
Así también, tenemos otro panorama a unos metros de estos chicos dentro del Barrio cerrado. Los chicos del Newman hablaban de las posibilidades que manejaban esta noche para pasarla bien.
-Shí bolodo, vamosh la fiesta de Mike.
-No, cho (yo) a lo de Mike, no voy ni a palosh.
-¡Uh pero boludo! ¿Tipo que tenésh con Mike?
-Nada no she, eshta medio grasa últimamente, no me gusta para nada la onda del chabón, ¿entendés?
Situaciones como estas se dan a diario. Conversaciones que giran en torno a la apariencia, la distinción, el lugar y sobretodo la identidad. Cada grupo parece buscar cierto rasgo propio tomando como eje sus intereses de clase. Tal vez éste no sea un factor explícito, sino más bien aparezca en las profundidades del subconsciente.
Para Ferdinand de Saussure, el idiolecto no es más que la puesta en práctica de los ejes más elementales del uso de la lengua. Las personas usan el lenguaje para comunicarse, y a través de él, lograr alcanzar sus propios intereses exponiéndolos.
¿Pero qué es lo que realmente estos distintos sectores sociales buscan a través del empleo distinto del lenguaje?
Como detonante de respuesta, podemos tomar lo que mencionamos antes: el hecho de demostrar que forman parte a un grupo. Estos grupos se manejan con distintos códigos. Quienes manejan estos códigos comparten los mismos intereses que sus pares, ya sean sociales, políticos, culturales, económicos, entre otros.
Pero no podemos reducir la explicación del fenómeno sólo a esto. Ya que también hay un factor externo que influye en la forma de concebir el uso del lenguaje.
La formación de identidad, también tiene que ver con hacer notar al resto el sentido de pertenencia a este grupo, como también la aportación de distintas características que el interlocutor en este caso quiere demostrar. Es una suerte de orgullo de pertenecer a un sector determinado del orden social. Ya en este nivel, entramos al terreno de las apariencias.
La necesidad de las clases medias altas, o que aspiran a ser “algo más” que la simple clase media –puntualmente éste sector-, de demostrar un buen pasar económico, un sentido de pertenencia a un lugar exclusivo de la sociedad que alcanza ciertos beneficios que otros y no, es un factor determinante a la hora de comunicarse. El hecho no está presente sólo en la pronunciación. Es central la elección de las palabras a utilizar, como también el sentido del mensaje.
-No, mira, no esh por el preshio, el tema esh que no quiero que shea de baja calidad. Esh un regalo muy importante y necesito quedar bien. ¿Ah y te puedo pagar con tarjeta? Porque dejé la plata en el auto.
“Qué detallista el que escribe estas líneas, se fija hasta en los casos más comunes”, dirá el lector. Pero si no es aquí, entonces ¿qué mejor oportunidad para analizar el discurso de este sector?
A priori, la frase a analizar denota poder económico. Se habla de dinero en dos oportunidades: que no es importante el costo a pagar y que el cliente además posee el beneficio de la tarjeta de crédito, como también de un auto –bien supremo intocable para la clase media.
En otro nivel, la frase connota la pertenencia a un sector exclusivo –en todo sentido- como del que hablamos antes: el manejo de una fonética particular y el empleo de ciertas palabras que nos hacen dar cuenta del origen social de esta persona y el entorno en el que se rodea.
Ahora, ¿cuál es la necesidad de andar por la vida buscando reivindicar ciertos intereses de clase que a muchos nos importan poco y nada?
No hay que ser ingenuos. La imagen lo es todo en este orden socio económico y el hecho de pertenecer, de ser uno de los engranajes de este sistema, por más desgastado y explotado que esté este engranaje, constituyen una serie de factores indispensables para la expresión colectiva y la demarcación de cierto corral excluyente.
¿Entonces qué hay de los que no hablan así, sino que lo hacen de manera totalmente opuesta?
En los sectores más bajos de la sociedad, como el sector obrero más desposeído de oportunidades, se da un factor inverso al anterior pero muy parecido a la vez. Existe también la necesidad de pertenecer a un sector: a ese sector que busca legitimar su condición de clase mediante el repudio a quienes lo tienen todo y dejan sin nada al resto.
Ese sentido de pertenencia al sistema que muestra el sector que se siente parte de él, genera una conducta reaccionaria para los que no lo integran. Hay una parodia muy singular en el fenómeno de la pertenencia, ya que por un lado, quienes no se sienten parte, buscan mostrar su integración empapándose el cuerpo de marcas en sus buzos, pantalones o gorras. Pero por otro lado, muchas veces estas marcas no son “originales”, o bien, si lo son, implicitan una simpática tomada de pelo al modelo.
Esta situación se da en la reproducción del modelo económico social, haciendo funcionar como un relojito la cadena de producción capitalista. Aunque al mismo tiempo la crítica se hace presente en el reproche al que tiene plata y se viste bien o anda en buenos autos.
Ambas clases, buscan apropiarse del campo material con todo lo que puedan llegar a adquirir e incluso muchas veces son consumidores de los mismos tipos de productos. Aunque la diferencia está en la forma en que los usan.
Aquí podríamos entrar a descifrar cómo usan los gorros los cuidacoches de Hurlingham y cómo lo hacen los jugadores de Polo de La Dolfina. Pero basta con centrarse en el terreno lingüístico para tener un significado apropiado.
El jugador de la Dolfina, se pone el gorro recto porque es un “careta” y el de Hurlingham porque es un “negrito”.
Seguro que el de la Dolfina se imagina que es un “careta” porque el otro le tiene rencor y viceversa. No son los mismos rencores y no sabemos a cuento de qué pelea vienen –como todo rencor. Pero seguramente son lineamientos históricos los que pronuncian estas diferencias.
El “cabecita negra” que apareció una tarde en Plaza de Mayo el 17 de Octubre de aquél tan lejano 1945, tal vez no sabía leer, pero tenía bien en claro que los que lo observaban desde los edificios, esa gente vestida tan elegante, no compartía la misma forma de percibir las cosas que él.
Con esto quiero decir, que todos somos concientes de las diferencias que atraviesan a cada sector social, que se delinean más profundamente en lo económico. Hay un conflicto en cada sector con el Otro que se explicita en la forma de hablar.
Cuando un “cheto” dice “porque CHO creo” (porque yo creo), está diciendo que además de creer algo, lo hace por una razón determinada y con una intención de demostrar y reivindicar en cada sílaba qué es lo que él piensa y en función a qué. Muchas veces es irritante escuchar esta especie de suavización o endulzación de la “Y” o la “LL” en cada frase. Cuanto más espesa suena, más intención de marcar el terreno social hay. Para la persona que hace uso de esta fonética, el que pronuncia estas letras de normalmente está en un grado inferior de integración o en todo caso, no pertenece. Y eso es trascendental.
Del otro lado de la calle, los usos del lenguaje son distintos pero con intenciones muy parecidas. El “cumbiero” siempre hace todo lo posible para diferenciarse del “cheto” y si tiene que pronunciar la “Y” con más resonancia que cualquiera, lo va a hacer con tal de demostrar que no es ni pertenece a ese grupo de personas que “no entienden nada”. Utilizar otros tipos de códigos como la palabra “gato”, también muestra la intención de querer formar parte de una clase que en teoría se revela del modelo de vida impuesto, aunque no del modo de producirlo.
Deteniéndonos en el término “gato”, el origen de la acepción que estos grupos sociales reproducen, proviene de las cárceles. Originalmente, se utilizaba esta palabra para referirse a la subyugación de cierto sujeto frente a otro a costas de poder sobrevivir entre los pabellones. Esta relación de dominante y dominador se daba a través de la fuerza. Por lo general, el que no se la bancaba en términos de valentía debía concederle ciertos favores a su “superior”. Estos favores podían ir desde la limpieza hasta lo sexual.
En la práctica, el uso sería el siguiente: “Pedro es el gato de Coco”
Lo que significa: Pedro obedece a Coco.
La estructura básica que articulaba con la palabra era “el gato de”. Aunque luego con el paso de los años, este término salió de las cárceles y tomó ciertas variantes. En la mayoría de los casos, su uso se redujo a decir sólo “gato”, en la forma de insulto “sos un gato”. Pero esto ya no implicita el mismo sentido que el de las cárceles, ya que en realidad se trata de un insulto como comparación a la figura del insultado con respecto a un verdadero “gato”.
Por otro lado, lo que acarrea este término es una intención de identificación con las cárceles, con el grupo de personas que está privada de la libertad por haber cometido –tal vez- algún ilícito a causa de la desigualdad que genera el sistema. Para el “cumbiero” de barrio, el preso es sinónimo de rebeldía. Tratar de acercarse a ellos en alguna medida implica posicionarse de una forma particular frente al orden institucional.
Igualmente, puede que esto se haya diluido entre las distintas corrientes de la sociedad, ya que existen casos de personas que emplean estos términos sin siquiera saber su origen, sólo por una cuestión de construir una imagen en la sociedad de lo que todo se rige por perfiles (fotologs, facebooks, perfil de msn, etc.).
Hoy se nos presenta el caso de muchas personas de la más media de las clases medias que adoptan ciertas formas de hablar, tal vez en sentido contrario a sus características de vida. Hay quienes a pesar de vivir con todas las necesidades cubiertas, tener fobia a las cárceles o a las mismas pandillas referentes de las culturas más callejeras, prefieren andar vestidos como cumbieros, usar términos carceleros y hasta profesar muchas consignas que jamás llevarían a la práctica. Y también se da el caso de quienes por sólo vivir en una casita y disponer de un sueldo que les permita mandar a sus hijos al más barato de los colegios privados, se apropian de la forma de hablar de cierto sector privilegiado de la sociedad, aunque a fin de mes estén con la calculadora revisando todas las cuentas porque otra vez no les convence el resumen de la tarjeta.
Hablar de sociolectos o idiolectos, nos puede dejar a mitad de camino. Lo que en verdad hace a las personas expresarse de determinada forma, no es sólo experiencia de clase, sino que también sus aspiraciones a lo que les gustaría ser en imitación a lo que ven. En esta sociedad, los lugares están delimitados por distintas líneas, cada una de ellas propone distintas prácticas y formas de vida. Conseguir una ubicación en el lugar que más nos gusta, no tiene que ser motivo para forzar nuestra condición de ser. ¿Se entendió, gato?
Por Mariano Gaik Aldrovandi